Esbozo de un nuevo paradigma. (II) Una ventana de oportunidad perdida.

Publicado el 4 de mayo de 2025, 14:10

 

1.- La implosión del Estado Soviético.

 

La primera plana de los más importantes diarios del mundo se hacían eco de la noticia. El 10 de noviembre de 1989, The New York Times publicaba su ejemplar con el siguiente encabezado: East Germany opens frontier to the west for emigration or visits; thousands cross[1]. El muro había caído.

Yo entonces recién comenzaba a impartir clases en la universidad, tenía treinta y dos años y apenas podía dar crédito a las noticias. La televisión pasaba una y otra vez las imágenes de los alemanes pasando bajo las barreras en el cruce de Bornholmer Strasse, una acción que les hubiera costado la vida tan solo unos días antes. Billy Brant, alcalde de Berlín Occidental cuando el muro fue erigido, realizó el siguiente comentario:

«Nada volverá a ser igual. Los vientos de cambio que soplan en Europa no han evitado a Alemania Oriental[2]

Era cierto, ya no había marcha atrás. Ese fue el punto de inflexión. A partir de ahí, el mundo que hasta entonces habíamos conocido se fue diluyendo ante nuestros ojos, hasta desaparecer por completo.

La caída del Muro fue la culminación de un proceso de reformas iniciadas por Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética desde marzo 1985 y presidente de la Unión Soviética desde 1988. Sus políticas, basadas en los principios de perestroika y glasnost, «reestructuración» y «transparencia», pretendían eliminar las prácticas represivas estalinistas y otorgar un mayor número de libertades a los ciudadanos.

Esta apertura no solo se dejó sentir en el interior de la URSS, sino también en sus países satélites. La caída del Muro fue precursora de la implosión soviética. Primero se unificó Alemania, después, como fichas de dominó, los regímenes del bloque prosoviético fueron cayendo uno a uno en la Europa del este. Poco después se desintegraba la propia URSS. Todo fue muy rápido, un proceso que apenas duró dos años.

El 12 de junio de 1991 los rusos eligieron a Boris Yeltsin como presidente de la República Socialista Federativa Soviética Rusa, fueron las primeras, y últimas, elecciones libres en la historia de las presidenciales rusas y un momento crucial en la deconstrucción de la Unión Soviética[3].

Dos meses después, el 18 de agosto, los enemigos de la perestroika dieron un golpe de estado contra Gorbachov, que fue retenido en Crimea. Al día siguiente, tras anunciarse la formación de un Comité Estatal de Emergencia, la sede del parlamento de la RSFSR, popularmente conocida como Casa Blanca de Rusia, fue rodeada por el ejército amotinado. Boris Yeltsin corrió al parlamento junto a unos cuantos partidarios desarmados para desafiar a los golpistas. Fue entonces cuando, encaramado a la torreta de un tanque, pronunció un memorable discurso en el que calificó de crímenes conta el Estado las acciones del Comité Estatal de Emergencia. Yeltsin lideró la resistencia y convirtió al parlamento en su centro de operaciones. Desde allí emitió varios decretos contra las medidas del Comité. Tres días después de iniciarse el motín, el 21 de agosto, casi de manera milagrosa, ante las masivas manifestaciones populares, las tropas amotinadas desertaron en masa, la mayoría de los golpistas huyó de Moscú y Gorbachov fue rescatado de su retención en Crimea.

Yeltsin fue aclamado en todo el mundo como líder de la resistencia al golpe comunista y Gorbachov, aunque restituido en su cargo, quedó reducido a la irrelevancia, ninguna estructura de poder acató ya sus órdenes.

A principios de diciembre de 1991, Ucrania votó su secesión de la Unión Soviética y el día 8, Yeltsin se reunió con el presidente ucraniano Leonid Kravchuk y el líder de Bielorrusia, Stanislav Shushkevich. En los Acuerdos de Belovezha, los tres presidentes declararon que la Unión Soviética ya no existía como sujeto de derecho internacional y realidad geopolítica y anunciaron la formación en su lugar de una Comunidad de Estados Independientes de naturaleza voluntaria.

El 17 de diciembre, Gorbachov hubo de aceptar el hecho consumado y en una reunión con Yeltsin acordó la disolución de la Unión. Siete días después, el 24 de diciembre, la Federación Rusa tomaba el asiento de la Unión Soviética en las Naciones Unidas y el día de navidad, Gorbachov cedió las funciones de su cargo a Yeltsin[4]. Finalmente,  el 26 de diciembre, el Consejo de las Repúblicas, la cámara alta del Sóviet Supremo, votó la disolución oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, poniendo fin así al estado comunista más antiguo, más grande y más poderoso del mundo.

Hoy los historiadores explican las claves de aquel proceso con solvencia, pero entonces nadie fue capaz de preverlo. Ni siquiera los servicios de inteligencia occidentales llegaron a contemplar la podredumbre que carcomía los cimientos del imperio soviético[5]. ¿Cómo podía ser posible su desaparición? Aquel vasto imperio cuyo territorio representaba un sexto de la extensión total del planeta, un coloso integrado por 15 repúblicas y unos 300 millones de habitantes con 100 nacionalidades diferentes, una constante en nuestras vidas aparentemente inamovible, se había desplomado tan rápida como inesperadamente.

Su presencia venía determinada por su participación en los grandes hitos de la geopolítica mundial: la Revolución de Octubre, la derrota de la Alemania nazi, los cuarenta años de Guerra Fría, Corea, Vietnam, la revolución cubana, la crisis de los misiles y el omnipresente miedo a la hecatombe nuclear. La URSS fue también la protagonista de algunos de los mayores logros tecnológicos de la humanidad: el lanzamiento del Sputnik, el primer satélite orbital, y el envío del primer hombre al espacio, Yuri Gagarin. Pero sí, era cierto, el bloque socialista, la gran superpotencia global, el mantenedor de las izquierdas en occidente con su enorme influencia política, ideológica y militar, aquel estado comunista que había determinado el curso de la historia del siglo XX como antítesis del capitalismo, el otro extremo de un mundo bipolar, había dejado de existir. 

La Guerra Fría había terminado y, sin que hicieran falta tratados de rendición, tenía un claro perdedor, el comunismo había sido derrotado, sin paliativos.

El mundo vivió esperanzado aquellos acontecimientos, asomado a la que fuera llamada «ventana de oportunidad», que se abría en la esperanza de una democracia generalizada y una paz basada en el respeto de las naciones al derecho internacional y en el libre comercio. Un mundo unipolar en el que la democracia liberal se las prometía felices, libre de la rémora que sistemáticamente venía impidiendo su proclamación universal. Me apresuro a confesar que, a mis treinta y tantos, yo era uno de esos ingenuos esperanzados, aunque debo decir en mi descargo que, pasados unos cuantos años, tuve plena conciencia de que, contra la Unión Soviética, vivimos mucho mejor.

Porque, juntamente con la extinción del bloque soviético, desapareció el gran contrapeso del mundo y desaparecieron también los resortes, las ideas, las convenciones, restricciones y convicciones que en Occidente habían estructurado el equilibrio de los órdenes políticos y económicos desde la finalización de la II Guerra Mundial. A partir de ese momento, el sistema mundo fue radicalmente transformado según la hechura de los triunfadores.

Cambiaron profundamente las prioridades a la hora de entender la forma de las relaciones entre los Estados, varió el sentido de la economía global, impulsada ahora por el espíritu enardecido de un capitalismo triunfante. El sistema político y económico de los Estados Unidos había vencido a su colosal antagonista y eso confirmaba la superioridad absoluta de su modelo de sociedad. La Unión Soviética había perdido la Guerra Fría y el mundo era ahora unipolar, ya no existía contrapeso al dominio de las finanzas y del comercio y el mundo comenzó a parecerse más que nunca a un gigantesco mercado.

 

2.- ¿De quién es Rusia? Consideraciones sobre un memorando recientemente desclasificado.

 

Apenas unos días después de disolverse de la Unión Soviética, Yeltsin decidió embarcarse en un programa radical de reformas económicas. El mundo vivía la resaca del triunfo neoliberal y el prestigio de sus más insignes figuras, Reagan y Thatcher, aún orientaba los pasos de los nuevos líderes. En consonancia, la reforma de la economía rusa quiso corresponderse con los postulados de los vencedores. El proyecto se basaba por tanto en un supuesto ideológico típicamente estadounidense: el tránsito de la economía comunista a la de libre mercado conllevaría de manera inmediata el paso de las estructuras políticas dictatoriales a las democráticas. Este supuesto, nunca demostrado, ni siquiera centrándonos en la historia de los Estados Unidos, alimentó la transición de la Unión Soviética a la Rusia actual y constituyó uno de los mayores errores cometidos en aquel proceso. Errores que aún hoy no hemos acabado de pagar.

Despreciando la visión de Gorbachov, que buscaba la reforma política para expandir la democracia antes de acometer la reforma de la economía, los nuevos dirigentes del Kremlin se lanzaron a desmantelar cuanto antes el socialismo de Estado, pretendiendo implementar plenamente un sistema de producción de propiedad privada. El reto era titánico, convertir la mayor economía dirigida que el mundo hubiera conocido jamás, en una de libre comercio.

Con el beneplácito de la Casa Blanca, entonces ocupada por Bush padre y luego por Clinton, los asesores de Yeltsin trazaron un plan radical para la transformación del paradigma económico. Se trataba de lograr a la mayor brevedad posible que la demanda del mercado, en lugar de los planificadores del Estado, determinara los precios, la oferta de bienes, la gama de productos a fabricar, los niveles de producción, los empleos, los sueldos, etc. Las reformas pretendían crear rápidamente una serie de incentivos mediante los cuales se recompensase la eficiencia y la innovación, al tiempo que se castigase el despilfarro y la negligencia. A la vez, con igual premura, se pretendía equilibrar el gasto y los ingresos del Estado para eliminar la inflación crónica originada por un gasto público desmesurado. Evitar la inflación, de hecho, se consideró una condición sine qua non para que todas las demás reformas tuviesen efecto.

El 2 de enero de 1992, Yeltsin ordenó la liberalización del comercio exterior, los precios y la moneda. Simultáneamente, para controlar la tan temida inflación, implementó un severo régimen de austeridad en el gasto público y así dejar de inyectar moneda en el sistema. Para equilibrar el gasto y los ingresos estatales, Yeltsin implementó tres medidas fundamentales: aumentó los impuestos, redujo los subsidios gubernamentales a la industria y la construcción e impuso recortes al gasto social. Para completar el paquete de medidas antiinflacionarias, se elevaron los tipos de interés a niveles extremadamente altos al objeto de restringir la liquidez y el crédito. Se argumentaba que la hiperinflación arruinaría el progreso y que solo equilibrando las finanzas del Estado se podría proceder a la estabilización económica del país.

La liberalización del mercado y la motosierra en el gasto público, sin embargo, no generaron los efectos deseados. El mercado no se comportó de manera racional y los precios se dispararon en toda Rusia. Una profunda crisis crediticia paralizó la industria privatizada, provocó despidos y una depresión prolongada. Las reformas por tanto devastaron el nivel de vida de gran parte de la población, especialmente de los grupos que dependían de los subsidios estatales y de los programas de bienestar conformados durante 74 años de comunismo.

Durante la década de los ‘90, el PIB de Rusia cayó un 50%, vastos sectores de la economía fueron destruidos, la desigualdad y el desempleo aumentaron drásticamente, al tiempo que los ingresos caían. Muchas empresas estatales se encontraron de la noche a la mañana sin pedidos ni financiación y las familias vieron crecer sus dificultades cotidianas. Finalmente, la tan temida hiperinflación apareció, causada entre otras razones por la imposibilidad de sujetar la especulación en los precios, por lo que el Banco Central de Rusia decidió inyectar dinero al sistema como medida desesperada. Los ahorros personales vieron reducir su valor como por ensalmo y millones de rusos se sumieron en la pobreza[6].

Frente al desastre económico no se veía crecer el proyecto de la democracia. De hecho, se hallaba sumido en un permanente aplazamiento, pues las iniciativas políticas orientadas en este sentido eran continuamente impedidas por la falta de acuerdo entre políticos enfrentados por la reforma económica. Al contrario de lo que supusieron los expertos estadounidenses, el proceso de liberalización de la economía no conducía a la democracia, sino que asfixiaba su desarrollo y retenía al país en estructuras autocráticas.

Asustados frente al creciente malestar popular, muchos políticos comenzaron a distanciarse rápidamente del programa de reformas promovido por el presidente. Ya en febrero de 1992, Alexander Rutskoy, hombre en principio de Yeltsin, denunció el plan como un «genocidio económico»[7]. Para 1993, el conflicto en derredor de la reforma se intensificó y la oposición se radicalizó en el Parlamento.

Cuando en 1993 estalló la crisis constitucional, Yeltsin utilizó la violencia con frío cálculo, dejando un Parlamento en llamas y 187 muertos, al menos[8].

La democracia en Rusia jamás tuvo una clara oportunidad de implantación, asfixiada en el interior de un triángulo cerrado: un nacionalismo de corte totalitario e imperialista, los nostálgicos del comunismo y las prisas de Yeltsin por lograr la liberalización de la economía.

Tal vez siguiendo la tradición del poder en Rusia desde los zares, o quizás porque no supo, o no pudo hacer otra cosa, el gobierno de Yeltsin, no descansó sobre instituciones y reglas consensuadas, sino sobre la voluntad personal del dirigente. Constantes reorganizaciones, evidentes favoritismos personales, premios a la adulación y castigos a la crítica. En definitiva, un gobierno abarrotado de funcionarios tan corruptos como todopoderosos cuyo cargo dependía exclusivamente del «zar».

Entre algunos economistas y sociólogos aún se debate si la conocida como «terapia de choque» adoptada por Yeltsin y respaldada por el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, fue responsable per se del pobre desempeño de la política rusa en los ’90, o si el problema consistió en no haber ido lo suficientemente lejos en las reformas. Tanto da, el hecho cierto es que entre la población rusa se desató un profundo malestar.

Los rusos no entendían la necesidad de aquellas reformas y, tras la crisis institucional del 93, cuando se disolvió un parlamento que se oponía a la liberalización de la economía, los desórdenes estallaron. Decenas de miles de rusos marcharon por las calles de Moscú en apoyo de la causa parlamentaria, eminentemente antidemocrática pero abiertamente en contra el deterioro de las condiciones de vida de la gente.

Entre el 22 y el 24 de septiembre, Yeltsin ya había tenido que enfrentar manifestaciones populares de protesta por las terribles condiciones de vida existentes a consecuencia de los ajustes económicos. Efectivamente, los problemas no parecían tener fin. Desde 1989, la corrupción era insufrible, la delincuencia organizada y consentida se había adueñado de las calles, los servicios médicos colapsaban y los alimentos y el combustible escaseaban en pleno invierno. El pueblo veía descender la calidad de su vida sin esperanza y la miseria alcanzaba cada día a capas más amplias de la sociedad.

La crisis política fue resuelta cuando, tras la disolución del parlamento a cañonazos, el 12 de diciembre de 1993, se celebraron simultáneamente elecciones legislativas y el ansiado referéndum para votar una nueva constitución, que fue aprobada con el 58% de los sufragios y entró en vigor el día de navidad de ese mismo año. Fueron las primeras elecciones multipartidistas del país. Los poderes de la presidencia fueron ampliados significativamente, otorgándole el derecho a nombrar a los miembros del gobierno, destituir al primer ministro y, en algunos casos, disolver la Duma. De facto, la nueva constitución consagraba un sistema casi autocrático del cual Putin sacaría gran beneficio años después[9].

Estas medidas lograron apuntalar la presidencia de Yeltsin hasta el final de su mandato, pero en absoluto resolvieron los profundos problemas de índole social que su «plan de choque» había propiciado. En este clima de inestabilidad, llegado el mes de marzo de 1994, el entonces jefe de la división de política interna de la embajada de Estados Unidos en Moscú, Wayne Merry, redactó un memorando al que puso por título ¿De quién es Rusia?: Hacia una política de respeto benigno.

El memorando, mantenido en secreto desde su emisión hasta diciembre de 2024, no tuvo impacto alguno, porque de hecho contradecía diametralmente la política diseñada por la administración Clinton para Rusia. Así pues, fue clasificado y su autor vetado por los responsables políticos de la época. De hecho, quedó tan enterrado entre los documentos confidenciales que solo fue desclasificado 30 años después y a consecuencia de una demanda interpuesta al amparo de la Ley de Libertad de Información por el Archivo de Seguridad Nacional, una firma de investigación privada ligada a la Universidad George Washington. Dado el interés histórico que a mi juicio tiene el documento, he decidido reproducir aquí su traducción al español. [10 Ir a la traducción.] 

Al analizar hoy día el texto, descubrimos un documento notablemente profético, que arroja luz sobre los errores cometidos por la política exterior de la administración Clinton y augura los lodos que, efectivamente, acabaron trayendo aquellos barros.

En las agónicas elecciones parlamentarias de diciembre del 93, el partido proyeltsin, poéticamente denominado «La Elección de Rusia», encabezado por el primer ministro Yegor Gaidar, uno de los artífices del plan de reforma económica, había perdido estrepitosamente frente al Partido Liberal Democrático de Rusia, encabezado por Vladímir Zhirinovski. La derrota se debió, por supuesto al descontento popular con unas reformas de las que Yeltsin evidentemente era absolutamente responsable. Sin embargo, a pesar de la significación evidente de esta derrota y para mayor frustración de especialistas como Merry, en Washington continuaron considerando un éxito la «terapia de choque» de Yeltsin.

Alarmado ante este estado de cosas, Merry decidió enviar un cable a sus superiores de la Secretaría de Estado, con la intención de: «cuestionar si la política de Estados Unidos ha elegido los instrumentos correctos para servir a nuestros intereses y si dichos intereses se han definido correctamente». Ya en el sumario del documento, planteaba la cuestión sin ambages.

«Las fuerzas democráticas en Rusia se encuentran en serios problemas. Poniendo un énfasis excesivo y equivocado en la economía de mercado, no estamos ayudando. No hay motivos para creer que la economía rusa sea capaz de una rápida reforma de mercado. Hay motivos para temer que un esfuerzo occidental intrusivo para alterar la economía en contra de la voluntad del pueblo ruso pueda agotar la ya menguante reserva de buena voluntad hacia Estados Unidos, apoyar a las fuerzas antidemocráticas y contribuir a recrear una relación de confrontación entre Rusia y Occidente. El legado de la mala gestión soviética ha invertido la dirección normal del cambio social, donde el ámbito político debería impulsar al económico. La reforma en Rusia adoptará formas diferentes a las que nosotros preferimos: formas de dirección estatal de la economía y/o prioridades sociales comunitarias derivadas de las necesidades objetivas de Rusia y de larga tradición. Estados Unidos debería buscar una política exterior rusa no agresiva y el desarrollo de instituciones democráticas viables, incluso (quizás especialmente) cuando las opciones económicas de la democracia no alcanzan el nivel estadounidense de “éxito”.»[11]

Así pues, según el informe, Occidente debería haberse centrado más en ayudar a Rusia a desarrollar «instituciones democráticas viables» y, sobre todo, en procurar el desarrollo de una «política exterior no agresiva» e impedir su contraria. Esta última, venía a ser en definitiva la idea clave del informe. Sin embargo, la política desarrollada por los Estado Unidos, obsesionada con las reformas económicas de ideología neoliberal, distaba de centrarse en esta idea y hoy día comprendemos el alcance de este error.

Más adelante en su informe, Merry redundaba en el tema:

«Los intereses de Estados Unidos dependen del desempeño de Rusia como gran potencia; pues gran potencia seguirá siendo únicamente con su arsenal de armas de destrucción masiva, capaz de amenazar la vida de la nación estadounidense. La aspiración del gobierno de Yeltsin como gran potencia es la aceptación como participante pleno en la comunidad occidental de estados.»[12]

En opinión de Merry, antes de cualquier toma de medidas económicas, Occidente debería haber demandado de Rusia determinados estándares políticos, que reflejasen el cumplimiento de los derechos humanos y civiles, el desarrollo de instituciones auténticamente democráticas y duraderas y el mantenimiento de relaciones exteriores en el respeto del derecho entre naciones y no en el uso de la fuerza. En lugar de eso, Estados Unidos se dedicó a edificar un edificio económico que, por cierto, estaba condenado al fracaso.

«Nuestros intereses solo están vinculados de manera indirecta y tangencial a la forma de la economía nacional rusa, un campo donde no existe ningún tipo de normas internacionales aceptadas y donde los propios países occidentales varían ampliamente tanto en la teoría como en la práctica. Si Rusia decide seguir una escuela económica no angloamericana, estará en excelente compañía. Los intereses estadounidenses están directamente ligados al destino de la democracia rusa, pero no a las decisiones que esta pueda tomar sobre la distribución de su propia riqueza y la organización de sus medios de producción y finanzas.»[13]

El documento hacía una lúcida reflexión sobre las diferencias idiosincráticas del pueblo ruso con el de Estados Unidos. En la retórica estadounidense, «mercado» y «democracia» se consideran no solo mutuamente dependientes, sino casi sinónimos. Al considerar la libertad individual de posesión un derecho en la base de todas las libertades, el dogma estadounidense presenta mercado y democracia como dos ámbitos, uno económico y otro político, cohesionados en un mismo ejercicio de la libertad individual de elección. Pocos rusos lo percibirán así, probablemente, tampoco la mayoría de los no estadounidenses. Recién salidos de 74 años de comunismo, los rusos estaban estupefactos ante la visión de una trituradora social de doble hélice, política y económica, la autocracia y el mercado, que al parecer debería conducir a un estado moral y material más elevado, pero que de hecho estaba siendo su ruina. Dicho en otras palabras, no veían las ventajas de aceptar sueldos de 10 centavos para poder comprar hamburguesas de 10 dólares.

«Muy pocos rusos proyectan un contenido ético positivo a las fuerzas del mercado y, desafortunadamente, la mayoría de ellos son mafiosos más que economistas. La mayoría de los rusos consideran el mercado como algo extraño y amenazante, como una especie de conservatorio de explotadores y especuladores, cuyas decisiones inevitablemente se hacen a expensas del consumidor desprotegido.»[14]

¿Por qué, entonces, tantos expertos occidentales consideraron a Rusia ―mucho más grande que toda la Europa oriental y peor administrada durante mucho más tiempo―, como un laboratorio apropiado para experimentar una reforma del mercado acelerada? Se preguntaba Merry en su memorando.

«Casi sin importar las políticas económicas que implique, Rusia, durante décadas, si no generaciones, se verá limitada por los errores y los crímenes de su pasado soviético. Setenta y cuatro años de mala gestión socialista obstaculizan una rápida transformación económica. Rusia ha heredado una economía diseñada para producir lo incorrecto, en los lugares incorrectos, de las formas incorrectas y sin la lógica ni la disciplina de los precios racionales. La economía rusa es la de un estado cuartel, estructurada para apoyar a un gran imperio. El imperio ha desaparecido, pero el legado del estado cuartelario permanece, y permanecerá, en todos los aspectos de la economía durante mucho tiempo.»[15]

En consecuencia, la reforma de la economía debería considerarse, inevitablemente, un trabajo de años, probablemente de generaciones. Segú Merry, al enfrentar los colosales errores económicos del período soviético, Rusia deberá recurrir en su economía a tradiciones muy anteriores al estado leninista. Tradiciones razonables en el contexto ruso, aunque difieran en extremo de la experiencia estadounidense. En su memorando, reclama por tanto apartarse del hincapié en lo económico para hacer una mejor orientación de las necesidades políticas y sociales.

«La relación entre la propiedad privada y el crecimiento de las instituciones democráticas, factor central en cualquier transición de un gobierno autoritario a uno representativo, diferirá en Rusia de la experiencia de muchos otros países, en gran parte debido a su pasado soviético. Durante la mayor parte de este siglo, las políticas públicas en Rusia se definieron, en teoría, sobre la base del determinismo económico marxista. En realidad, la economía era sierva cautiva del poder político y la mayoría de las políticas estatales estaban en gran medida desprovistas de lógica económica.»[16]

Merry augura que, debido a esta subordinación del ámbito económico al político, Rusia seguiría reflejando esta relación invertida durante muchos años. Cosa que en la Rusia de hoy se refleja en la sumisión de los oligarcas al autócrata. En la mayoría de las sociedades occidentales, la propiedad privada precedió a las instituciones democráticas y, de hecho, a menudo dio origen al impulso de las libertades políticas. Pero en Rusia, no ocurrió así, sino al contrario, porque las instituciones políticas soviéticas colapsaron antes que su estructura económica. Es decir, el colapso de la Unión Soviética fue el resultado de una pérdida de legitimidad y de voluntad de continuidad del régimen, no de la bancarrota, el desempleo o el hambre. En consecuencia, se trataba de llenar el vacío político e ideológico dejado por el marxismo con la ética democrática. La economía hubiese podido esperar. Pero no fue así y hoy, todavía, estamos pagando el error.

«Lamentablemente, muy pocos de los numerosos "asesores" estadounidenses, en Rusia desde la caída de los bolcheviques, conocían siquiera los hechos más básicos del país cuyo destino se proponían moldear. En consecuencia, decir que Estados Unidos está agotando su bienvenida en Rusia ya no es una predicción; es un hecho descriptivo. Incluso los funcionarios rusos más progresistas y comprensivos han perdido la paciencia ante la interminable procesión de lo que llaman "turistas de asistencia", quienes rara vez se molestan en pedir a sus anfitriones una evaluación de las necesidades rusas (en marcado contraste con el enfoque básico del Plan Marshall). Los rusos de todas las tendencias políticas tampoco se sienten muy atraídos por la frecuente opinión estadounidense de que su país es un laboratorio socioeconómico para probar teorías académicas. ¡Hay algo de lo que los rusos aprendieron a desconfiar en setenta y cuatro años de socialismo: la teoría económica y los teóricos!»[17]

A partir de aquí, el informe pasa a realizar una previsión sobre los futuros peligros que acechaban a la errada política de Estados Unidos en Rusia. Podríamos decir que esta es la parte más profética del informe y los años le han dado la razón al texto.

Para su autor, el área donde Rusia ejercería mayor influencia en el futuro sería el entonces llamado «extranjero cercano», término que se aplicaba en Rusia a las antiguas repúblicas del imperio soviético, implicando un enfoque entre paternalista y aquiescente. El memorando nos dice a este respecto lo siguiente:

«En general, los rusos consideran a las naciones bálticas con respeto y envidia, a los bielorrusos y ucranianos con posesividad fraterna y a los centroasiáticos y caucásicos con un desprendimiento a menudo teñido de racismo.»[18]

En opinión de Merry, lo que siempre tendrán en común todas las repúblicas emancipadas de la Unión Soviética y convertidas en nuevas naciones, es que Rusia sería invariablemente, para bien o para mal, la presencia exterior dominante, tanto en su realidad política como en la vida particular de sus ciudadanos. El tamaño de su gigantesco vecino, su proximidad y la tenencia del arsenal nuclear, reclamarían un lugar preponderante para Rusia, que situaría en inferioridad para los nuevos estados y cargaría de arrogancia las estimaciones de los rusos en interés propio.

La creación de los nuevos Estados fue una acción lógica dentro de un proceso de transformación de la propia Rusia. Pero también fue el comienzo de graves problemas aún no resueltos en el día de hoy, como todos sabemos. Las relaciones económicas entre las antiguas repúblicas se vieron comprometidas porque la riqueza industrial no se hallaba igualmente repartida en todo el territorio de la URSS. Pero, lo más importante, porque millones de rusos étnicos se encontraron de la noche a la mañana en países extranjeros recién formados, algunos de ellos de mayoría musulmana. Yeltsin configuró las fronteras de las nuevas naciones conservando las habidas en las deshechas repúblicas soviéticas, lo cual dejó a los rusos étnicos como mayoría en partes del norte de Kazajstán, en áreas de Estonia, Letonia y, sobre todo, en Crimea y el este de Ucrania. El peligro de estas amplias zonas pobladas con «rusos residentes» ya comenzaba a percibirse.

«Muchas personas que votaron por la independencia de Moscú en los referendos de finales de 1991 lo hicieron con la expectativa de que la independencia equivaldría a prosperidad. En algunos de los nuevos estados, esta expectativa ha dado paso al amargo reconocimiento de que Rusia ha hecho un mejor trabajo que la mayoría en la preservación del nivel de vida.»[19]

Los acontecimientos habidos en los años noventa en zonas de Bielorrusia, Crimea, Ucrania oriental, Georgia y otros lugares ya señalaban una creciente inclinación a restaurar relaciones de dependencia con Rusia, tensiones políticas y agitación popular que permitían otear la conflictividad futura que supondría la división de fronteras acordada en los Acuerdos de Belovezha.

«La cuestión clave para la estabilidad dentro del antiguo dominio soviético es la condición y el bienestar de los veinticinco millones de rusos étnicos fuera de las fronteras de la Federación. El país clave es Ucrania, donde habita aproximadamente la mitad de ellos. A pesar de las considerables disputas que se han prolongado durante más de dos años, los gobiernos de Moscú y Kiev se han esforzado por evitar que las disputas se conviertan en conflictos y han abordado con justicia y responsabilidad cuestiones que abarcan desde las armas nucleares hasta la flota del Mar Negro y sus bases, pasando por los términos de intercambio. Sin embargo, pocos rusos empiezan siquiera a comprender la profundidad del sentimiento nacional entre los ucranianos étnicos o la hostilidad hacia Moscú en gran parte del oeste y centro de Ucrania. La arrogancia rusa hacia los "pequeños rusos" y, en realidad, hacia los "rusos blancos", es muy similar a la actitud predominante de los checos hacia los eslovacos, con una comprensible reacción humana entre quienes la reciben. El peligro radica en que los rusos sientan compasión si Crimea y Ucrania oriental, de mayoría étnica rusa, intenten reincorporarse a la "patria rusa". Crimea y el saliente oriental de Ucrania son, con diferencia, las zonas de conflicto más peligrosas del antiguo imperio soviético, eclipsando en importancia los conflictos localizados en el Cáucaso y Asia central.»[20]

Estas últimas palabras resultaron lamentablemente premonitorias. La existencia fehaciente de esta amenaza hacía urgente la creación de un Estado ruso de inequívoca adscripción a la democracia y al respeto del derecho internacional. De otra manera la apelación a la guerra como forma de dilucidar los conflictos sería cuestión de tiempo.

«Si consideramos inevitable el resurgimiento del imperialismo ruso, Estados Unidos se quedará prácticamente sin una política rusa creativa, ya que un imperio ruso renovado requerirá una patria rusa autoritaria y no democrática (el «imperialismo democrático» no fue un gran éxito ni siquiera para los británicos y, sin duda, supera las capacidades rusas). Nuestra estrategia se limitaría entonces a la reanudación de la contención en diferentes líneas geográficas, con la consecuente reanudación de la hostilidad mutua entre estadounidenses y rusos y una potencial renovación del equilibrio del terror termonuclear.»[21]

Para Merry era imprescindible apostar por la democracia si de impedir el surgimiento de un nuevo imperio se trataba. De otra manera…

«Aunque pocos rusos consideran la pérdida del imperio como un bien absoluto, aquellos rusos que recuerdan la antigua Unión como una carga de Rusia tienden a ser los más favorablemente dispuestos hacia las reformas, mientras que aquellos que recuerdan el imperio como gloria de Rusia también sienten nostalgia del sistema autoritario y del poder militar que lo sostuvieron. Por lo tanto, apoyar una democracia viable en Rusia es el mejor apoyo que podemos brindar a los estados vecinos, y sin duda una mejor política para Estados Unidos»[22]

En sus conclusiones, el memorando acababa haciendo las siguientes consideraciones.

«Nos vemos obligados a elegir: ¿nuestra prioridad en Rusia es la democracia incipiente o la economía de mercado? En los años que quedan de este siglo, no podremos tener ambas. A pesar de sus raíces superficiales en Rusia, la democracia goza de un grado de aprobación pública que el mercado no posee. Por escépticos que sean respecto a sus políticos, los rusos, en su mayoría, desean que su país sea una democracia de algún tipo. En esa aspiración vaga e inicial, se encuentra la base para una asociación exitosa a largo plazo entre los dos países y para una perspectiva rusa comparativamente benigna del mundo, si ellos y nosotros no impulsamos otras reformas más rápido de lo que permiten las condiciones objetivas de Rusia.»[23]

Refiriéndose nuevamente a las aspiraciones de Yeltsin en cuanto al reconocimiento de Rusia como gran potencia aceptada de pleno en la comunidad occidental de Estados, Merry acaba su texto concluyendo de la siguiente manera:

«De no lograrse esta aceptación y la adopción de las instituciones occidentales que conllevaría, los rusos (incluidos los occidentalistas) se refugiarán en el poder inherente de su país y en su capacidad para ejercer influencia más allá de sus fronteras. Plenamente conscientes de las múltiples deficiencias de Rusia, incluso los demócratas podrían llegar a compartir el amargo juicio de Pushkin sobre el estatus del pueblo ruso: “Si no nos extendiéramos por la mitad de la tierra, ¿quién nos conocería?”» [24]

Los Estados Unidos entonces no se lo tomaron en serio, y aquí estamos.

 

Notas:

[1] Protzman, Ferdinand. «East Berliners Explore Land Long Forbidden», en: The New York Times, 10/11/1989. Disponible en: Los berlineses orientales exploran tierras prohibidas desde hace mucho tiempo | The New York Times

[2] McCartney, Robert J. «100,000 flood w. Berlin to test new freedom», en: The Washington Post, 10/11/1989. Disponible en: 100.000 inundan el oeste de Berlín para probar la nueva libertad | The Washington Post

[3] Yeltsin obtuvo el 57% del voto popular contra los comunistas y contra el comunismo, derrotando al candidato predilecto de Gorbachov, Nikolai Ryzhkov, quien tan solo consiguió un 16% de los sufragios. Sobre estos hechos me permito recomendar la lectura de los siguientes trabajos: Plokhi, Serhii. El último imperio. Los días finales de la Unión Soviética, Madrid: Turner, 2015. Saborido, Jorge. Rusia, veinte años sin comunismo. De Gobachov a Putin, Buenos Aires: Biblos, 2011. Spohr, Kristina. Después del muro. La reconstrucción del mundo tras 1989, Madrid: Taurus, 2021.

[4] Reuters. «END OF THE SOVIET UNION: Text of Gorbachev's Farewell Address», en: The New York Times, 26/12/1991.Disponible en: FIN DE LA UNIÓN SOVIÉTICA; Texto del discurso de despedida de Gorbachov | The New York Times

[5] Seitz, Max. «6 factores que explican la sorpresiva y espectacular la caída de la Unión Soviética», en: BBC Mundo, 19/12/2016. (El artículo fue publicado con motivo del 25 aniversario de la caída de la URSS). Disponible en: https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-37864744

[6] Algunos economistas aseguran que en la década de los ‘90, Rusia sufrió una recesión económica más severa que las sufridas por Estados Unidos o Alemania durante la Gran Depresión. Economistas como Marshall Goldman, culparon de ello al programa económico de Yeltsin. Treisman, Daniel. «Why Yeltsin Won: A Russian Tammany Hall», en: Foreign Affairs, Septiembre-Octubre/1996.Disponible en: Por qué ganó Yeltsin: un Tammany Hall ruso | Foreign Affairs

[7] Bohlen, Celestine. «"Yeltsin Deputy Calls Reforms 'Economic Genocide'», en: The New York Times, 09/02/1992. Disponible en: Un diputado de Yeltsin califica las reformas de "genocidio económico" | The New York Times

[8] A lo largo de 1992, Boris Yeltsin mantuvo diferentes pulsos con el Soviet Supremo de Rusia y con el Congreso de los Diputados del Pueblo. El control de la composición del gobierno, el desempeño del banco central, el reparto de la propiedad estatal a privatizar o el plan de reformas económicas fueron los puntos de fricción más importantes. Finalmente, en aquella circunstancia, el presidente del Tribunal Constitucional, Valery Zorkin, medió en el conflicto y negoció un acuerdo que incluía la celebración de un referéndum nacional para votar la nueva constitución. Yeltsin y el parlamento elegirían un nuevo jefe de gobierno que sería confirmado por el Soviet Supremo y el parlamento dejaría de realizar continuas enmiendas al texto constitucional para cambiar el equilibrio de poder a favor del legislativo. El 14 de diciembre de 1992, Viktor Chernomyrdin, una figura de compromiso, fue confirmado como primer ministro. De poco sirvió. El parlamento rompió el acuerdo y se negó a aceptar la celebración del referéndum. En definitiva, el problema era que los órganos parlamentarios se resistían a asumir una función meramente legislativa, pretendiendo conservar la deliberativa heredada del sistema soviético. El 20 de marzo de 1993, Yeltsin reaccionó y, en un discurso televisado a la nación, anunció que asumía «poderes especiales» para vencer la resistencia del parlamento. En respuesta a este movimiento, el Congreso de los Diputados del Pueblo interpuso una moción de censura contra el presidente, un juicio político en realidad a la más pura usanza estalinista. El 26 de marzo de 1993 los opositores obtuvieron 627 votos favorables a la destitución, pero les faltaron 72 para alcanzar la mayoría exigida de dos tercios. Llegados al mes de julio, el poder se había escindido en dos administraciones autónomas que funcionaban en paralelo: la presidencia y el Sóviet Supremo. Uno y otro emitían o suspendían decretos como si la otra instancia no existiera. El 21 de septiembre de 1993, violando la Constitución vigente, Yeltsin anunció en un discurso televisado su decisión de disolver por decreto el Sóviet Supremo y el Congreso de los Diputados del Pueblo para gobernar por decreto hasta la elección de un nuevo parlamento y la celebración del referéndum constituyente. La noche del 22, el Sóviet Supremo destituyó a Yeltsin por su violación flagrante de la Constitución y el vicepresidente Alexander Rutskoy juró como presidente interino. A finales de septiembre, Yeltsin consiguió el apoyo del ejército ruso y del Ministerio del Interior. El día 28 se dio la orden de sitiar el Parlamento. El 1 de octubre, el enorme edificio quedó rodeado de barricadas, trincheras y alambres de espino, a la vez que se apostaban carros de combate en sus inmediaciones. El día 4, los carros de combate y la artillería posicionados frente al Parlamento, abrieron fuego contra el simbólico edificio. Para el mediodía, tropas de infantería asaltaban el recinto y fueron tomándolo planta por planta. Ese mismo día, ya con varios muertos habidos en los enfrentamientos, Yeltsin declaró el estado de excepción en Moscú, que permanecería vigente hasta el 18 de octubre. A media tarde, también se había sofocado la resistencia civil en las calles de Moscú. Los hechos fueron denominados como «Segunda Revolución de Octubre» y, desde luego, fueron los más graves habidos en Moscú desde los días de 1917. Las cifras de bajas facilitadas por la policía fueron de 187 muertos y 437 heridos, aunque otras fuentes no oficiales señalaron cifras más elevadas, superiores incluso a los 1500 muertos. La inmensa mayoría de las víctimas fueron partidarios de los legisladores y, de entre ellos, la mayoría dentro del Parlamento. Las Fuerzas Armadas y las fuerzas del Ministerio del Interior únicamente sufrieron 12 bajas y 9 de ellas debidas a fuego amigo. Sobre estos hechos, pueden verse entre otras muchas las siguientes noticias (por orden de aparición cronológica): Shapiro, Margaret. ; Hiatt, Fred. «Troops close in on yeltsin foes as battle rages at parliament», en: The Washington Post, 03/10/1993. Disponible en: Las tropas se acercan a los enemigos de Yeltsin mientras la batalla se intensifica en el Parlamento | The Washington Post ; Bonet, Pilar. ; Serrano, Sebastián. «Rendición incondicional del Parlamento ruso tras una sangrienta batalla», en: El País, 04/10/1993. Disponible en: https://elpais.com/diario/1993/10/05/internacional/749775620_850215.html ; Shapiro, Margaret. «Army Shellfire Crushes Moscow Revolt», en: The Washington Post, 04/10/1993. Disponible en: El fuego de proyectiles del ejército aplasta la revuelta de Moscú | The Washington Post ; Seely, Robert. «Yeltsin receives widespread backing for assault», en: The Washington Post, 04/10/1993. Disponible en: Yeltsin recibe amplio respaldo para el asalto | The Washington Post ; Anónimo. «In Russia, Disorder to Democracy?», en: The New York Times, 05/10/1993. Disponible en: En Rusia, ¿del desorden a la democracia? | The New York Times ; Hockstader, Lee. «'Force Breeds Force' In October Revolution of 1993», en The Washington Post, 05/10/1993. Disponible en: «La fuerza engendra fuerza» en la revolución de octubre de 1993 | The Washington Post ; Pipes, Richard. «The Last Gasp Of Russia's Communists Oct», en: The New York Times, 05/10/1993. Disponible en: El último suspiro de los comunistas rusos | The New York Times ; Rosenthal, A. M. «On My Mind; Giving Russia Time», en: The New York Times, 05/10/1993. Disponible en: En mi mente; darle tiempo a Rusia | The New York Times ; Erlanger, Steven. «STRUGGLE IN RUSSIA; The Real Test: With Parliament Gone, Can Yeltsin Reform the Economy?», en: The New York Times, 06/10/1993. Disponible en: LUCHA EN RUSIA; La verdadera prueba: Sin el Parlamento, ¿podrá Yeltsin reformar la economía? | The New York Times ; Serrano, Sebastián. «He sentido lo que es una guerra civil», en: El País, 06/10/1993. Disponible en: Link aquí ; Bonet, Pilar. ; Sebastián Serrano. «Prorrogado el estado de excepción hasta el día 18», en: El País (edición impresa). Internacional, (07-10-1993). Schmemann, Serge. «STRUGGLE IN RUSSIA; On Both Sides: Disarray and Indecision», en: The New York Times, 07/10/1993. Disponible en: LUCHA EN RUSIA; En ambos lados: Desorden e indecisión | The New York Times ; Bohlen, Celestine. «Russia in Mourning for Moscow Dead», en: The New York Times, 08/10/1993. Disponible en: Rusia de luto por los muertos de Moscú | The New York Times ; Hannah, John P. «The (Russian) Empire Strikes Back», en: The New York Times, 27/10/1993. Disponible en: El Imperio (ruso) contraataca | The New York Times ; Vanden Heuvel, Katrina. «Yeltsin, ¿Father of Democracy?, en: The Nation, 27/04/2007. Disponible en: Yeltsin: ¿padre de la democracia? | The Nation. Englund, Will. «A defining moment in the Soviet breakup», en: The Washington Post, 11/06/2011. Disponible en: Un momento decisivo en la desintegración soviética | The Washington Post

[9] A este respecto, me ha parecido interesante la lectura de los siguientes ensayos: Treisman, Daniel. «Presidential Popularity in a Hybrid Regime: Russia under Yeltsin and Putin"», en: American Journal of Political Science, Vol. 55 Núm. 3, julio de 2011, pp. 590–609. Disponible en: Link aquí para ir al PDF ; Way, Lucan. «The Evolution of Authoritarian Organization in Russia under Yeltsin and Putin», en: Kellogg Institute for International Studies, (2008). Disponible en: https://kellogg.nd.edu/sites/default/files/old_files/documents/352_0.pdf ; Zakaria, Fareed. «The Rise of Illiberal Democracy», en: Foreign Affairs, Vol. 76, Núm. 6, 1997, pp. 22-43. Disponible en inglés: Link aquí para ir al PDF

[10] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive La noticia sobre la existencia de este documento me llegó a través del siguiente artículo: Kaplan, Fred. «A Newly Declassified Memo Sheds Light on America's Post-Cold War Mistakes», en: Slate, 23/12/2024. Disponible en: Un memorando recientemente desclasificado arroja luz sobre los errores de Estados Unidos después de la Guerra Fría | Slate

TRADUCCIÓN DEL TEXTO AL ESPAÑOL.

ASUNTO: ¿DE QUIÉN ES RUSIA, EN CASO ALGUNO? HACIA UNA POLÍTICA DE RESPETO BENIGNO

PÁGINA 01 MOSCÚ 8427 281232z Mar 94.

  1. -TEXTO COMPLETO.

INTRODUCCIÓN

  1. EL SIGUIENTE ENSAYO SE PRESENTA BAJO LAS DISPOSICIONES DEL CANAL DE DISIDENCIA (5 FAM 212.3C Y 11 FAM 243.3).

EL AUTOR ES FS-01: E. WAYNE MERRY, JEFE DE LA SECCIÓN DE POLÍTICA INTERNA DE LA EMBAJADA EN MOSCÚ.

EL AUTOR NO OBJETA LA DIFUSIÓN DE ESTE ENSAYO, INCLUYENDO A S/NIS, D, P, C, E, S/P, INR, EUR/ISCA.

RESUMEN

  1. Las fuerzas democráticas en Rusia se encuentran en serios problemas. Poniendo un énfasis excesivo y equivocado en la economía de mercado, no estamos ayudando. No hay motivos para creer que la economía rusa sea capaz de una rápida reforma de mercado. Hay motivos para temer que un esfuerzo occidental intrusivo para alterar la economía en contra de la voluntad del pueblo ruso pueda agotar la ya menguante reserva de buena voluntad hacia Estados Unidos, apoyar a las fuerzas antidemocráticas y contribuir a recrear una relación de confrontación entre Rusia y Occidente. El legado de la mala gestión soviética ha invertido la dirección normal del cambio social, donde el ámbito político debería impulsar al económico. La reforma en Rusia adoptará formas diferentes a las que nosotros preferimos: formas de dirección estadística de la economía y/o prioridades sociales comunitarias derivadas de las necesidades objetivas de Rusia y de larga tradición. Estados Unidos debería buscar una política exterior rusa no agresiva y el desarrollo de instituciones democráticas viables, incluso (quizás especialmente) cuando las opciones económicas de la democracia no alcanzan el nivel estadounidense de “éxito”.

FIN DEL RESUMEN

I

  1. 1994 será un año muy difícil para los demócratas rusos. La acción estadounidense en el desarrollo de un estado ruso democrático y no agresivo corre mayor riesgo ahora que en cualquier otro momento desde antes del colapso del poder soviético. Sin recurrir a los extremos del reciente debate público en Occidente: "La reforma ha muerto" y "¿Quién perdió a Rusia?", es hora de cuestionar si la política de Estados Unidos ha elegido los instrumentos correctos para servir a nuestros intereses y si dichos intereses se han definido correctamente.
  2. Los intereses de Estados Unidos dependen del desempeño de Rusia como gran potencia; pues gran potencia seguirá siendo únicamente con su arsenal de armas de destrucción masiva, capaz de amenazar la vida de la nación estadounidense. La aspiración del gobierno de Yeltsin como gran potencia es la aceptación como participante pleno en la comunidad occidental de estados. Occidente debería juzgar la aceptabilidad de Rusia principalmente con estándares políticos, que reflejen su desempeño en el cumplimiento de las normas internacionales acordadas en materia de derechos humanos y civiles, en el desarrollo de instituciones democráticas responsables y duraderas, y en el mantenimiento de relaciones responsables con otros países. En todas estas áreas, la rusia postsoviética ha logrado avances considerables, aunque incompletos, y aspira a más.
  3. Nuestros intereses solo están vinculados de manera indirecta y tangencial a la forma de la economía nacional rusa, un campo donde no existe ningún tipo de normas internacionales aceptadas y donde los propios países occidentales varían ampliamente tanto en la teoría como en la práctica. Si Rusia decide seguir una escuela económica no angloamericana, estará en excelente compañía. Los intereses estadounidenses están directamente ligados al destino de la democracia rusa, pero no a las decisiones que esta pueda tomar sobre la distribución de su propia riqueza y la organización de sus medios de producción y finanzas. La mejor manera de servir a nuestros intereses es mediante la neutralidad en estas cuestiones, incluso si las decisiones resultan "erróneas" según la teoría académica estadounidense actual, e incluso si resultan en un fracaso económico objetivo a largo plazo, como probablemente ocurrirá. La sociedad rusa tiene una capacidad casi ilimitada para absorber el fracaso y aceptar la responsabilidad de sus propios errores. Sin embargo, la política occidental está trasladando cada vez más la responsabilidad de los fracasos económicos a Occidente, con Estados Unidos en el punto de mira. Nada sirve menos a nuestros intereses.

II

  1. Un síntoma de nuestro problema fue la reciente angustia en Occidente, que según los líderes rusos reflejaba nuestros debates sobre política interna. Este ataque de ansiedad occidental fue suficiente para desanimar a los demócratas rusos más optimistas respecto a nuestra capacidad para una política coherente (en una sociedad siempre inclinada a ver motivos nefastos en los comentarios extranjeros). El debate occidental llegó a su punto más bajo (hasta ahora) con las reacciones frenéticas a las renuncias de Yegor Gaydar y Boris Fedorov en enero, reacciones que, en Moscú, parecían absurdas. ¿Qué debían pensar los demócratas rusos al enterarse de que nuestra evaluación del futuro de este Estado continental dependía de la presencia en la administración central de dos funcionarios designados de segundo nivel? ¿Cómo debían reaccionar los reformadores de alto rango como Chubays, Shakhray, Shojin, Kozirev y otros (por no hablar de Chernomirdin y Yeltsin) a nuestro consejo tras leer que creemos que ya no hay reformadores en el gobierno ruso?
  2. En la práctica, habría sido muy poco significativo si Gaydar y Fedorov hubieran permanecido en el cargo. Ambos hombres habían gastado considerablemente su capital político (Fedorov, en su totalidad). Ninguno pudo dominar los debates políticos tras las elecciones de diciembre y ambos estaban demasiado identificados con Occidente y Estados Unidos para su propio bien político y el nuestro. En la atmósfera política tan cargada del nuevo año, ambos se habían convertido en un lastre para el proceso de reforma.
  3. Gaydar, con mucho, el más astuto. Los dos economistas reconocieron el declive de su influencia y comprendieron que el pobre desempeño electoral del partido que dirige (el mal llamado "La Elección de Rusia") tenía consecuencias. Gaydar reconoce que sus dos mandatos se vieron empañados tanto por fracasos como por logros, y sabe que no existen soluciones políticas simples y unidimensionales para problemas profundamente arraigados. Su gran legado, probablemente perdurable, es la modernización de la economía rusa, incorporando la lógica y la disciplina financieras a la toma de decisiones económicas a todos los niveles. La salida de Gaydar del gobierno fue el acto de un hombre de honor y convicción. aunque su desempeño hasta la fecha como líder de la mayor facción reformista en la nueva Duma ha sido poco impresionante, Gaydar sigue siendo una figura constructiva y realista.
  4. Fedorov, en contraste, es un especialista estrecho y rígido, lleno de elogios solo para sí mismo y de denuncia para todos los que no lo elogian. Su partida fue un melodrama desagradable, carente de contenido político o gracia personal. Fedorov no aprendió nada de las elecciones de diciembre (lo que dice mucho sobre sus credenciales democráticas) y estableció condiciones para permanecer en el cargo que ningún gobierno que se respete a sí mismo en la tierra habría aceptado. Petulante en su negativa a reconocer incluso el más mínimo error en su propia actuación (por no hablar de su contribución al desastre electoral al retener el salario de millones de trabajadores en los meses previos a las elecciones), Fedorov sigue siendo una figura destructiva. En la Duma, se negó incluso a hacer causa común con Gaydar, pero inmediatamente creó un cisma en las ya inestables filas democráticas.

III

  1. Incluso los fanáticos occidentales más acríticos de los reformadores radicales rusos de mercado, deben (o deberían) reconocer ahora que los radicales perdieron unas elecciones generales, la perdieron por mucho, y la perdieron de forma justa. Antes del 12 de diciembre, existía mucha ansiedad en Occidente porque la campaña electoral estaba tan inclinada a favor de la "Elección de Rusia" que hacía sospechoso el resultado. En realidad, las elecciones de diciembre demostraron irónicamente el mérito fundamental de la democracia representativa: la única manera de saber realmente qué quiere y qué no quiere la gente es preguntárselo.
  2. Lo que las elecciones demostraron, una vez más, es que Rusia es una sociedad muy diferente a Estados Unidos. En la retórica estadounidense contemporánea, "democracia" y "mercado" se consideran casi sinónimos y, sin duda, mutuamente dependientes. Pocos rusos, si alguno lo hace, los perciben así. El dogma estadounidense presenta "democracia" y "mercado" como libertad o elección individual en los ámbitos político y económico, con connotaciones éticas sumamente positivas. Los rusos (y la mayoría de los no estadounidenses) simplemente están desconcertados por esta visión de una doble hélice social de decisiones políticas y económicas que conducen a un estado moral y material más elevado. Muy pocos rusos proyectan un contenido ético positivo a las fuerzas del mercado y, desafortunadamente, la mayoría de ellos son mafiosos más que economistas. La mayoría de los rusos consideran el mercado como algo extraño y amenazante, como una especie de conservatorio de explotadores y especuladores, cuyas decisiones inevitablemente se hacen a expensas del consumidor desprotegido.
  3. En términos de los principios democráticos que proporcionamos, los reformistas radicales merecieron perder las elecciones de diciembre. Desconectados de las realidades de su propio país, los jóvenes reformistas de "La Elección de Rusia" abogaban por una transición rápida y forzada hacia mecanismos de mercado, con un papel mucho menor para el gobierno, máxima libertad de elección para empresarios y consumidores individuales y mínimas protecciones sociales. Otros partidos reformistas proponían una combinación de mecanismos de mercado con intervención estatal, pero el día de las elecciones, los "mercadólogos" de todo tipo apenas obtuvieron un tercio de los votos emitidos, mientras que los cautelosos reformistas y "centristas" sumaron significativamente más votos que los "radicales". La mayoría del electorado activo apoyó a partidos que promovían programas económicos abiertamente estadísticos.
  4. El resultado de las elecciones no fue casualidad ni resultado de la manipulación mediática. La campaña brindó amplias oportunidades para todas las opiniones contrapuestas, y los rusos comprenden perfectamente las opciones que enfrentan. Independientemente de las definiciones teóricas occidentales de "terapia de choque", el votante ruso pudo recordar una mayor dislocación económica en los dos años anteriores que en los cuarenta anteriores y sabía qué esperar de los "radicales". "La Elección de Rusia" atrajo a individuos educados y emprendedores y tenía mucho éxito entre ellos, a pesar del uso desaconsejado de publicidad al estilo estadounidense. Desafortunadamente, los radicales solo atraían a individuos, no a comunidades o colectivos en un país donde la identidad de grupo sigue siendo excepcionalmente importante para determinar las decisiones individuales. Irónicamente, los antidemócratas comprendieron lo que se supone que deben hacer los partidos políticos en las sociedades democráticas: representar a los ciudadanos y los intereses de grupo. Al hacerlo, ganaron.
  5. Las elecciones de diciembre no fueron un mandato para regresar a algo aproximado al sistema soviético. Las elecciones trataron sobre la dirección futura del país. El dolor social ciertamente jugó un papel, pero el miedo al futuro fue decisivo. En los meses precedentes, el nivel de vida de millones de trabajadores que habían logrado sobrevivir hasta entonces se desplomó. Mientras tanto, los rusos de todos los niveles económicos estaban horrorizados por la sangrienta confrontación de otoño en la capital. En consecuencia, se extendió la ansiedad de que el país iba camino del desastre. Los rusos temían que las prioridades básicas de su sociedad estuvieran en peligro y llevaron esos temores a las urnas.
  6. Los resultados electorales deben tener, y tendrán, un impacto en las políticas públicas, como en cualquier país con una democracia responsable. Existe una gran duda de que esto fuera así, lo cual fue el principal responsable de la muy baja participación. Para que los compromisos democráticos consagrados en la nueva Constitución no resulten ser una farsa, la política debe responder a los votantes. Esto parece obvio, pero vale la pena destacarlo ante la reacción generalizada en Occidente: “Gracias a Dios, el Parlamento es débil; de lo contrario, podría cambiar la política económica. Afortunadamente, con la nueva Constitución, Yeltsin tendrá la fuerza suficiente para ignorar las elecciones”».

IV

  1. A pesar de su ocasional recurso a la acción ejecutiva, Boris Yeltsin no tiene ni la mente ni las inclinaciones de un dictador. En contraste con Gorbachov (quien, según Aleksandr Yakovlev, era demócrata por naturaleza, pero siempre temía a la democracia), Yeltsin es un individuo dominante que no teme a su pueblo. Decepcionado como estaba por los resultados electorales, Yeltsin no le teme a la democracia lo suficiente como para aceptar el resultado y afrontar las consecuencias (más de lo que puede decirse de algunos de sus admiradores, quienes insinuaron que una repetición de sus medidas de otoño sería bienvenida). Estas consecuencias serán a menudo muy desagradables, como lo fue la liberación de Rutskoy, Khasbulatov y sus asociados. Si bien Yeltsin pudo haber desafiado a la Duma en el tema de la amnistía, o al menos empleado tecnicismos legales para retrasar su implementación, el presidente ruso demostró su compromiso con el Estado de ley al ceder la letra de la disposición constitucional que él mismo había proporcionado.
  2. En las últimas semanas, tanto de palabra como de hecho, Yeltsin ha demostrado respeto por los mecanismos democráticos que contribuyó a crear, además de su convicción de que, como líder nacional, debería estar por delante de la opinión pública en lugar de ser prisionero de ella. El conflicto entre un fuerte liderazgo ejecutivo y un creciente poder legislativo definirá la política rusa en los próximos meses, probablemente resultando en un estancamiento político. En lugar de soportar una repetición de las luchas entre el ejecutivo y la legislatura de 1992-93, Yeltsin y Chernomirdin buscaron un modus vivendi con la legislatura para preservar las líneas básicas de la reforma (mediante un "memorando de acuerdo nacional y paz"). Lamentablemente, ni con la mejor voluntad del mundo, el gobierno no puede colaborar constructivamente con la nueva Duma, aunque solo sea porque esta es incapaz de hacerlo internamente. La plétora de facciones y su mutua incompatibilidad, el sesgo antidemocrático y antirreformista de la mayoría de los diputados, la ausencia de una tradición rusa de un verdadero órgano legislativo en contraposición a uno deliberativo, y el corto mandato de esta Duma (dos años) son elementos que se oponen a una conducta legislativa responsable.
  3. A solo la mitad de su mandato como presidente ruso, Boris Yeltsin enfrenta mayores desafíos internos con menos aliados efectivos que en cualquier otro momento desde que rompió sus vínculos con el Partido Comunista y Gorbachov. Yeltsin no carece de considerables recursos, tanto personales como institucionales. Yeltsin padece diversos problemas físicos, el más grave derivado de lesiones lumbares, para las cuales toma medicamentos fuertes ocasionalmente. Sin embargo, sigue siendo una persona robusta y de notable resistencia. Si bien el consumo periódico de alcohol es un defecto, Yeltsin lo comparte con la mayoría de la población masculina adulta de su país. A pesar de sus episodios ocasionales de depresión y aislamiento (rasgos compartidos por Lincoln, Churchill y otros), Yeltsin ha demostrado una y otra vez su capacidad para afrontar los desafíos en tiempos de crisis. (Desgraciadamente, se necesita una crisis para sacarlo del cajón). Yeltsin ha tenido períodos de "baja" antes; de hecho, estuvo mucho menos activo y menos en control durante enero-febrero de 1993 que en las semanas recientes, pero regresó con fuego en la primavera. Además, Yeltsin ahora tiene una autoridad jurídica mucho más allá de la que disfrutaba bajo la constitución rusa de la era soviética. En términos legales, Yeltsin es tan fuerte en rusia hoy como lo fue De Gaulle en Francia a principios de los años sesenta.
  4. Desafortunadamente, el poder constitucional de Yeltsin no le servirá más que el de De Gaulle en 1968 si continúa perdiendo la confianza pública. La popularidad de Yeltsin ha disminuido significativamente desde su apogeo en agosto de 1991. Era de esperar cierta erosión con el paso del tiempo y el impacto de las políticas reformistas. Sin embargo, hay más en juego. Yeltsin ha perdido prestigio ante su pueblo por cuatro razones (al menos).
  5. Primero, Yeltsin es mucho menos eficaz en el cargo que en la oposición. El fuego y el carisma del asalto de Yeltsin al sistema comunista durante 1991 estuvieron prácticamente ausentes en su desempeño presidencial. El reciente discurso sobre el "Estado de la Federación" es un claro ejemplo. El texto plantea todos los puntos correctos, incorpora todos los temas de la oposición y fue pronunciado con contundencia. Lamentablemente, el discurso dejó impasibles a la mayoría de los rusos (incluidos los reformistas). Para el espectador ruso promedio, la presentación se asemejaba a la de un secretario general de la era soviética. Faltaban el liderazgo viril y la autoridad moral de Yeltsin en la oposición.
  6. En segundo lugar, Yeltsin ya no está al tanto de la gente común. Especifico más, la gente común lo sabe. Ya no están el jefe del partido de Sverdlovsk que compraba en el mercado local ni el nuevo presidente que visitaba una región diferente cada mes para presionar la carne y escuchar quejas. Yeltsin lleva un estilo de vida modesto en comparación con sus predecesores o sus homólogos occidentales, pero, para el ojo ruso, está rodeado de atrezos regulares cada vez mayores, la parafernalia del poder y una estrecha camarilla de cortesanos. Cuando los mineros del carbón del extremo norte (la vanguardia antisoviética) pidieron recientemente la salida de Yeltsin, fue porque sentían que su tribuno se había vuelto patricio.
  7. En tercer lugar, al igual que Gorbachov antes que él, Yeltsin es cada vez más un presidente del mundo exterior que de su propio pueblo. El hombre que hace dos años se negó rotundamente a dar tiempo a los extranjeros que lo visitaban, ahora dedica gran parte de su agenda a las insaciables demandas de los gobiernos e instituciones occidentales. Por desgracia, cada delegación occidental sucesiva a El Kremlin aumenta el temor popular de que su país haya quedado reducido a una dependencia de Occidente. Solo en raras ocasiones (como en Bosnia) una empresa extranjera obtiene reconocimiento nacional, y solo cuando la política apoya abiertamente los intereses nacionales rusos.
  8. En cuarto lugar, el enfrentamiento de otoño con la antigua legislatura fue una victoria pírrica para el presidente ruso, quien perdió irrevocablemente parte de su mandato popular. Los rusos, de todas las opiniones políticas, se sintieron profundamente humillados por la masacre en el centro de Moscú y no se inclinaron a reconocer el mérito de ninguno de los participantes. Incluso los rusos, que se sintieron muy aliviados por la victoria de Yeltsin, no le agradecieron haber iniciado la confrontación. La ausencia de reacción pública, en un sentido u otro, ante la liberación de Rutskoy y sus asociados demuestra el distanciamiento de los rusos respecto a todos sus políticos, incluido, por desgracia, el presidente.

V

  1. La disminución de la reputación de Yeltsin sería comparativamente insignificante si se compensara con un aumento de la credibilidad y la eficacia de otras fuerzas políticas democráticas. En realidad, es lo contrario. Yeltsin es el líder de un gobierno que se asemeja mucho al de la Quinta República de De Gaulle, pero carece de un partido gaullista que transforme la política presidencial en impulso político. Tras varios intentos fallidos, es evidente que Yeltsin no creará un partido presidencial porque no quiere. A pesar de los frecuentes consejos en contra, Yeltsin prefiere ser presidente al estilo alemán o italiano que al estadounidense o francés. Incluso si ahora cambiara de opinión, es demasiado tarde para reparar el daño causado por la falta de un partido que comparta su prestigio con sus aliados políticos. La situación está ahora en un punto en el que muchos políticos reformistas se alejan activamente del presidente, en parte por miedo al "efecto negativo de sus faldones".
  2. Cualesquiera que sean los recientes fallos de Yeltsin como táctico político, otros demócratas son aún peores. Tres meses después de un desastre electoral, las fuerzas políticas demócratas rusas no han aprendido nada. Desunidos y fraccionados antes de las elecciones, los demócratas ahora son cismáticos como solo los rusos bienintencionados pueden serlo. Es indicativo que Boris Fedorov no podía soportar sentarse en la misma facción parlamentaria con Yegor Gaydar, mientras Eergei Shakhray apoyaba activamente una amnistía para los enemigos del presidente ocupando un alto cargo ministerial en el gobierno. El presidente Rybkin no se alejaba de la verdad al afirmar que todos los diputados se oponen ahora a Yeltsin. A veces, la desorganización de los demócratas roza la parodia: por ejemplo, un grupo prodemocracia eligió recientemente a una alta dirigente de otro grupo para un puesto de liderazgo sin su conocimiento. A falta de la mano dura de Yeltsin, los demócratas rusos han demostrado ser patéticos.
  3. En ningún lugar es más evidente la debilidad estructural de los demócratas que en la cámara baja de la nueva legislatura, la Duma Estatal. Con apenas un tercio de los escaños, los demócratas operan en los márgenes por tres razones: primero, muchos diputados demócratas no se molestan en asistir a las sesiones. Segundo, las diversas facciones prodemocracia prefieren subdividirse y luchar entre sí antes que unirse (Shakhray anunció recientemente que ni siquiera considera a la facción de Gaydar como un aliado dentro de la Duma), Y, tercero, las fuerzas antidemocráticas (neocumunistas y ultranacionalistas) tienen una agenda activista, cooperan tácticamente y mantienen a sus diputados en la sala durante las votaciones. El alcalde Daley dijo una vez que la política es saber contar. Según este estándar, las fuerzas antidemocráticas en la Duma son políticos; los demócratas no.

VI

  1. A las fuerzas antidemocráticas, ciertamente, no les falta convicción. Inmensamente alentados por su éxito electoral, los rojos y los marrones, por separado y en conjunto, creen haber recuperado las pérdidas sufridas en el enfrentamiento de otoño (del cual la amnistía es una manifestación tangible) y ven que los acontecimientos se mueven en su dirección. Los de línea dura niegan la legitimidad de la nueva Constitución (a pesar de actuar dentro de sus parámetros por el momento) y creen que el propio mandato electoral de Yeltsin quedó anulado por su decisión de suspender la antigua Constitución y prorrogar la legislatura. Persisten las persistentes dudas sobre si el referéndum constitucional alcanzó el 50% de participación necesario para su validez. El hecho de que la Comisión Electoral Central no haya publicado las cifras detalladas, algo que ya debía haberse hecho hace tiempo, confirma esta duda en muchos. Si se demuestra de forma convincente si los resultados del referéndum fueran falsificados, la calificación constitucional de Yeltsin estaría en grave peligro.
  2. Tanto los neocomunistas como los ultranacionalistas consideran la nueva Constitución como un documento temporal y que la presidencia de Yeltsin tiene pocas probabilidades de sobrevivir su mandato completo hasta 1996. (Los elogios públicos de Zhirinovskiy a los fuertes poderes presidenciales en la Constitución apenas ocultan su desprecio por la separación de poderes o la protección de las libertades civiles). Dado que la revisión constitucional requiere una fuerza mayor que la que tienen ahora, los partidarios de la línea dura en la Duma consideran que las elecciones presidenciales anticipadas son su mejor vehículo para tomar el poder en el corto plazo. Es una suerte que la elección del momento de las elecciones presidenciales sea competencia constitucional de la Cámara Alta, el Consejo de la Federación, donde Yeltsin tiene mayor influencia entre los diputados y un aliado cercano, Vladimir Shumeyko, como presidente. Sin embargo, los partidarios de la línea dura de la Duma creen que el estancamiento entre el gobierno y la legislatura (lo cual pueden garantizar) les dará una base para exigir una votación presidencial anticipada, especialmente si otras contiendas electorales les favorecen.
  3. Tras haber fracasado en las elecciones de diciembre (a pesar de sus enormes ventajas), los demócratas estaban aún menos preparados para participar en una serie de elecciones regionales y locales a lo largo del invierno y la primavera para reemplazar los antiguos soviets locales que Yeltsin disolvió el otoño pasado. En las contiendas celebradas hasta la fecha, los candidatos tradicionales de la nomenclatura han abrumado a las fuerzas reformistas desorganizadas y divididas en aquellos distritos donde se emitieron suficientes votos para una elección válida (solo el veinticinco por ciento). Si se celebran todas las elecciones, gran parte de la estructura de poder provincial en toda Rusia caerá aún más bajo el control del statu quo o de las fuerzas reaccionarias, pero con la ventaja de la legitimidad electoral. La reacción del Kremlin ante este peligro es reveladora: ofreció prebendas a los candidatos reformistas locales que competían por evitar el fratricidio y consideró seriamente posponer las elecciones por completo.
  4. Solo en el gobierno central el panorama es, aunque sea moderadamente prometedor. A pesar de las petulantes críticas de algunos reformistas radicales, el primer ministro Chernomyrdin no ha abandonado las reformas ni ha restaurado la hoz y el martillo en la papelería del gobierno. En principio, Chernomyrdin está tratando de mantener los objetivos y mecanismos políticos básicos acordados en agosto pasado, a pesar de las estridentes demandas de intereses especiales de la mayoría de los ministerios principales (en sí mismo, la mejor indicación de que el primer ministro no ha abierto las compuertas financieras). Otras figuras de alto nivel dentro del gobierno ―el viceprimer ministro Chubays, el ministro de economía Shokhin, el ministro de asuntos exteriores Kozyrev, entre otros― también están tratando de preservar los muchos logros reales de los últimos años sin perder el control de la política pública ante fuerzas antidemocráticas.

VII

  1. desafortunadamente, en política económica, el gobierno ruso está al frente de un dilema. No puede ignorar las demandas de los principales sectores de sostenibilidad financiera, ni puede arriesgarse a impulsar la inflación desde niveles mega a los hiper. El gobierno deberá gastar pronto una gran cantidad de dinero, ya que la economía rusa depende críticamente del funcionamiento ininterrumpido de sus sectores de energía y transporte, especialmente en los meses de invierno. El peligro de que las recientes huelgas mineras se conviertan en conflictos laborales prolongados a gran escala es la amenaza más grave para la estabilidad interna en Rusia a corto plazo, más peligrosa que la continuidad de los altos niveles de inflación (a los que gran parte de la población se ha ajustado). Las huelgas importantes pondrían en entredicho la legitimidad del gobierno de una forma que la inflación no lo hace, quizás requiriendo la amenaza o el uso de la fuerza, algo que el gobierno desea desesperadamente evitar después del 3 y 4 de octubre. Si bien ceder a las demandas laborales (por muy justificadas que estén en términos humanos) resultará muy costoso, tanto en dinero como en capital político, no hacerlo podría ser aún peor, ya que los líderes rusos recuerdan que los mineros militantes del carbón desempeñaron un papel clave en el debilitamiento de la reputación de Gorbachov.
  2. Para satisfacer las crecientes demandas de los trabajadores, que no pueden ser ignorados, el gasto público superará considerablemente los ingresos públicos en los próximos meses. Sin importar las cifras conservadoras del presupuesto oficial, la capacidad de Moscú para generar y recaudar ingresos ni siquiera comienza a igualar las demandas legítimas de las arcas públicas, y mucho menos las ilegítimas. La clave estará en mantener la inflación generada por estos déficits en niveles tolerables y no desatar la hiperinflación.
  3. La inflación rusa, si bien es muy alta, aún no ha experimentado las tasas de aumento geométricas características de la hiperinflación. Hasta cierto punto, Rusia se libró de la hiperinflación tras la liberalización de precios de 1992, dirigida por Gaydar, porque la economía se encontraba entonces en un nivel de monetización bastante rudimentario, y el dinero aún desempeñaba un papel secundario en la determinación de la distribución de bienes y servicios. Esto ya no es así; en 1994, Rusia ha avanzado enormemente hacia una economía basada en el dinero (aunque no del todo, ya que el trueque sigue desempeñando un papel importante en las transacciones entre empresas). Por lo tanto, en 1994, el peligro de que una alta inflación se vuelva hiperactiva podría ser mayor que antes, no menor. El tipo de emisión de créditos de imprenta realizada por el Banco Central a mediados de 1992, de repetirse ahora, podría empujar al rublo a una espiral similar.
  4. ¿Comprenden los líderes rusos actuales esta amenaza? La respuesta es sí y no. Yeltsin, Chernomyrdin, Soskovets y sus colegas no son estúpidos, a pesar de la opinión de algunos comentaristas occidentales. Estos hombres han aprendido mucho en los últimos dos años, como lo demuestran sus recientes y cautelosas declaraciones sobre la política crediticia. Incluso una figura tan dudosa como el presidente del Banco Central, Gerashchenko (cuyo nombramiento, según Gaydar, fue su peor error), no repetiría la distribución masiva de créditos que supervisó. Como mínimo, Chernomyrdin y Gerashchenko han aprendido que los gerentes de empresas a menudo no utilizan los créditos para los fines previstos por el gobierno. En 1994, el gobierno será mucho más parsimonioso al distribuir los escasos fondos estatales a su disposición y querrá una rendición de cuentas que antes no se requería. Por necesidad, los sectores no esenciales quedarán prácticamente abandonados a su suerte.
  5. Lamentablemente, también es cierto que Yeltsin, Chernomyrdin y sus pares padecen de un punto ciego intelectual en lo que respecta a las finanzas públicas. (El fiasco de la reforma monetaria de agosto de 1993 es un ejemplo.) productos del antiguo sistema, piensan en el dinero en términos primitivos y apenas comprenden las finanzas en algo así como en el sentido occidental. Con antecedentes en producción y distribución planificadas centralmente, esta generación de gerentes rusos tiene poca sofisticación financiera. De hecho, pocos rusos mayores de cuarenta años piensan en el dinero en términos dinámicos, y mucho menos entienden cuán floja es la política pública. Las finanzas pueden hundir una economía como las inundaciones que azotaron a “El aprendiz de brujo”. Es en este ámbito clave donde los jóvenes Gaydar y Fedorov fueron voces importantes en los altos consejos gubernamentales.
  6. Las perspectivas de éxito para equilibrar el gasto público con la inflación no son buenas. Sin embargo, estas siguen siendo decisiones rusas con consecuencias, ante todo, para los rusos. A menos que el mundo exterior esté preparado para ofrecer un paquete de estabilización financiera de la escala y con las condiciones requeridas por las necesidades de la economía rusa, no hace nada bueno, ni mucho daño, sermones a los rusos sobre probidad financiera (que, después de todo, no es el punto fuerte de muchos gobiernos occidentales). Como occidente tiene un bolso pequeño, y los rusos lo saben, serán los rusos quienes paguen, den la mezcla y vivan con los resultados.

VIII

  1. Incluso si Occidente tuviera voluntad y dinero, la tarea de convertir a Rusia en una economía impulsada principalmente por capital privado estaría más allá de nuestro alcance y, lo que es más importante, iría en contra de las preferencias de Rusia. Las actitudes occidentales, y en particular las estadounidenses, hacia la reforma rusa en los últimos dos años se han caracterizado por una ignorancia e ingenuidad similares a las del pensamiento de Alemania Occidental sobre la tarea de reconstruir la antigua RDA. Nadie puede argumentar razonablemente que la "terapia de choque" económica (generosa financiación de Bonn) no se empleó en Alemania Oriental, pero las predicciones iniciales y seguras de una rápida transformación del mercado han dado paso a la sobria comprensión de que incluso los bolsillos más abultados de la República Federal se verán forzados a estirarse durante décadas para llevar a un país industrial relativamente avanzado, del tamaño de Ohio, al punto de plena competitividad con Occidente.
  2. ¿Por qué, entonces, tantos en Occidente consideraron a Rusia —mucho más grande que toda Europa Oriental y mucho peor administrada durante mucho más tiempo— como un laboratorio apropiado para una reforma acelerada del mercado? La experiencia de la vecina Polonia, similar en muchos aspectos a Rusia, debería haber advertido a cualquiera de las inmensas dificultades y limitaciones de incluso las políticas más audaces. Aunque ciertamente ningún economista, Boris Yeltsin reconoció la magnitud del desafío a principios de 1992 cuando predijo que Rusia, después de cinco a siete años de transformación radical, podría esperar alcanzar un nivel de vida que disfrutaban entonces los polacos (un nivel de vida que recientemente provocó una fuerte reacción electoral en la propia Polonia).

IX

  1. Casi sin importar las políticas económicas que implique, Rusia durante décadas (si no generaciones) se verá limitada por los errores y los crímenes de su pasado soviético. Setenta y cuatro años de mala gestión socialista obstaculizan una rápida transformación económica. Rusia ha heredado una economía diseñada para producir lo incorrecto, en los lugares incorrectos, de las formas incorrectas, y sin la lógica ni la disciplina de los precios racionales. La economía rusa es la de un estado de guarnición, estructurada para apoyar un gran imperio. El imperio ha desaparecido, pero el legado del estado de guarnición permanece, y permanecerá, en todos los aspectos de la economía durante mucho tiempo.
  2. Más allá de su industria equivocada, Rusia enfrenta problemas especiales e intratables en demografía, ecología, infraestructura y agricultura.

―La Rusia postsoviética ya ni siquiera puede reemplazar a su propia población, con una esperanza de vida aún en descenso, tasas de fecundidad y salud pública inferiores a las de algunos países del tercer mundo. Incluso con milagros en todas estas áreas (y los milagros cuestan dinero), el impacto positivo en la población activa del país no se sentiría hasta bien entrado el siglo XXI. Sin milagros, la salud pública se deteriorará aún más, ante la perspectiva realista de grandes epidemias.

―La brutalización de la naturaleza en nombre del "materialismo heroico" comunista dejó a Rusia con un entorno devastado que empeorará, probablemente mucho más, antes de que la rectificación pueda siquiera comenzar dentro de muchos años. Irónicamente, el bajo rendimiento industrial actual es una bendición comparativa para el aire, la tierra y el agua del país; a medida que la economía se recupere, el daño aumentará.

―La reactivación económica dependerá críticamente del transporte, las comunicaciones y los servicios urbanos, todos privados de fondos para mantenimiento y reemplazos durante años y, a menudo, con necesidad de una renovación total. La incapacidad del plan central soviético para tomar las decisiones "correctas" es más evidente en el desastroso estado del ferrocarril, el transporte, esencial en un país de la escala y geografía de Rusia.

―Convertir la “barriga agrícola rusa” en un granero requerirá mucho más que la privatización de la tierra. Toda la infraestructura de la agricultura privada moderna debe crearse desde cero, con la más abundante tarea de recuperar las habilidades agrícolas y la pasión por la tierra entre la población rural, que las políticas soviéticas se esforzaron por erradicar. Las experiencias de reforma agrícola en Europa del este y China no son guías adecuadas, ya que el problema ruso es de mayor duración e impacto.

  1. Por lo tanto, la "reforma" de la economía rusa será, necesariamente, el trabajo de muchos años. El enfoque ruso de este proceso será diferente al nuestro, reflejando una mejor apreciación de sus necesidades y preferencias sociales. Al enfrentar los colosales errores del período soviético, Rusia puede retroceder, y lo hará, a tradiciones muy anteriores al estado leninista: tradiciones facilitadas y a veces hasta razonables en el contexto ruso, aunque difieran tanto de la experiencia e intenciones estadounidenses.
  2. En el centro del enfoque ruso se encuentran las realidades geográficas y climáticas. Todos los países del extremo norte se diferencian de sus vecinos de clima templado en aspectos importantes, como el papel del gobierno, la tenencia de la tierra y las relaciones sociales. En muchos sentidos, Alaska tiene más en común con Rusia que con los cuarenta y ocho estados contiguos, lo que refleja respuestas razonables a las realidades objetivas de la latitud y el clima. En Rusia, la geografía es el destino, y afecta a todo, desde el consumo de energía hasta las necesidades de vitaminas, el transporte de mercancías y el funcionamiento de los satélites de comunicaciones. Sobre todo, la latitud y el terreno colocan al pueblo ruso mucho más cerca de los límites de la subsistencia humana de lo que la mayoría de los estadounidenses reconoce.
  3. Desde tiempos inmemoriales, la sociedad rusa ha favorecido un enfoque comunitario para abordar sus problemas. Esta preferencia por la toma de decisiones colectiva sobre la individual refleja las realidades de un clima y un entorno histórico hostiles, realidades de las que el individualismo estadounidense se ha librado en gran medida. A nivel nacional, los rusos siempre han optado por un aproximación estatalista para establecer las prioridades sociales, adoptando aspectos de modelos extranjeros apropiados, desde el Bizancio medieval hasta la Francia moderna. Incluso el episodio más capitalista de la historia rusa, el final del siglo XIX, cuando el régimen zarista prodigó oportunidades a las empresas nacionales e internacionales, se caracterizó por una firme dirección estatal de las prioridades económicas y la financiación. Si los rusos tienen un mentor intelectual occidental en economía, es Jean Baptiste Colbert, no Adam Smith; y no son los únicos en el mundo en esta decisión. Sin embargo, a los rusos les resultaría fácil apreciar las opiniones de Alexander Hamilton y Henry Clay sobre el papel del gobierno en una economía en desarrollo.
  4. La relación entre la propiedad privada y el crecimiento de las instituciones democráticas. factor central en cualquier transición de un gobierno autoritario a un gobierno representativo, diferirá en Rusia de la experiencia de muchos otros países, en gran parte debido a su pasado soviético. Durante la mayor parte de este siglo, las políticas públicas en Rusia se definieron, en teoría, sobre la base del determinismo económico marxista. En realidad, la economía era sierva cautiva del poder político y la mayoría de las políticas estatales estaban en gran medida desprovistas de lógica económica. La Rusia postsoviética refleja, y seguirá reflejando, esta relación invertida entre lo material y lo político. En la mayoría de las sociedades occidentales, la propiedad y el uso de la propiedad privada precedieron a las instituciones democráticas y, de hecho, a menudo dieron origen al impulso de la libertad política. En la Rusia contemporánea, ocurre lo contrario. El sistema soviético fracasó a nivel político antes de que sus deficiencias económicas se volvieran críticas. El colapso del poder soviético en 1991 fue el resultado de una pérdida de legitimidad y/o voluntad política, no del colapso económico, el desempleo o el hambre. En los próximos años, la relación entre la expansión de la propiedad privada en Rusia y la evolución de sus instituciones democráticas será compleja: en cierta medida, entrelazadas y reforzadas, pero también en cierta medida, independientes e incluso competitivas. A diferencia de la mayoría de las sociedades occidentales, en Rusia la dirección predominante de la causalidad será desde el ámbito social y político hacia el económico, en lugar de lo contrario.
  5. La propiedad privada en Rusia siempre coexistirá con un sector público dominador (si no dominante). El rápido aumento actual de la actividad económica privada se debe a las grandes deficiencias en los sectores estatales, pero no presagia el fin de dichos sectores. En el futuro, la economía rusa estará, en el mejor de los casos, orientada al mercado o, incluso, dirigida por él. Las nuevas empresas pueden desempeñar un papel vital al generar empleo para absorber los despidos de las industrias estatales, pero, si bien la economía privada será, sin duda, la única generadora de nuevos empleos, no reemplazará las antiguas y anticuadas estructuras industriales como soporte de la mayoría de las zonas urbanas. Ni siquiera la privatización de la industria a gran escala alterará esta realidad, ya que la privatización representa más la ruptura del poder central (muy esperada) que la creación de capital privado genuino y, a menudo, por desgracia, de cleptocracia local. Esto no es una mala noticia, ya que la privatización de la industria, al menos, acercará la toma de decisiones a la cadena de producción mucho más que nunca en la era soviética e introducirá un elemento de rendición de cuentas, tan necesario y bienvenido, en gran parte de la actividad económica del país. Sin embargo, esto no es "capitalismo" ni "mercado" en ningún sentido que conozcamos.

X

  1. Lamentablemente, muy pocos de los numerosos "asesores" estadounidenses en Rusia desde la caída de los bolcheviques conocían siquiera los hechos más básicos del país cuyo destino se proponían moldear. En consecuencia, decir que Estados Unidos está agotando su bienvenida en Rusia ya no es una predicción; es un hecho descriptivo. Incluso los funcionarios rusos más progresistas y comprensivos han perdido la paciencia ante la interminable procesión de lo que llaman "turistas de asistencia", quienes rara vez se molestan en pedir a sus anfitriones una evaluación de las necesidades rusas (en marcado contraste con el enfoque básico del Plan Marshall). Los rusos de todas las tendencias políticas tampoco se sienten muy atraídos por la frecuente opinión estadounidense de que su país es un laboratorio socioeconómico para probar teorías académicas. ¡Hay algo de lo que los rusos aprendieron a desconfiar en setenta y cuatro años de socialismo: la teoría económica y los teóricos!
  2. Los extranjeros, ya sean funcionarios o comerciantes, están justificados de quejarse de las dificultades para lograr algo en Rusia. Sin embargo, los extranjeros serios, aquellos interesados en relaciones a largo plazo y que saben escuchar y hablar, suelen tener bastante éxito y esperan mejorar aún más a largo plazo. Muchos empresarios estadounidenses se consideran "serios" y constituyen la presencia más eficaz de nuestro país en Rusia. Lamentablemente, la mayoría de los esfuerzos de asistencia del gobierno de Estados Unidos no cumplen estos criterios.
  3. Si bien reconocemos que apoyamos varios programas positivos y valiosos (en particular, intercambios y asistencia técnica a pequeña escala), es una triste realidad que la asistencia de Estados Unidos a Rusia se ha convertido en un detrimento neto de la relación bilateral, por tres razones principales:

―Primero, hemos sobrevalorado un programa de asistencia compuesto principalmente de intangibles financieros y asistencia técnica. El resultado es que muy pocos rusos han visto algo de los tan cacareados miles de millones de dólares en ayuda estadounidense, y la mayoría simplemente no creen que ese dinero haya existido jamás.

―Segundo, gran parte del dinero de asistencia nunca salió de nuestras costas ni entró en manos rusas. Nuestros programas de ayuda a menudo benefician principalmente a los contratistas nacionales, pero en Rusia el problema ha sido particularmente grave, lo que agrava el problema de percepción.

―Tercero, nuestros esfuerzos de asistencia se han convertido a menudo en puntos de fricción con los rusos, tanto por el carácter intrusivo de algunos programas como por nuestro insistente hábito de vincular la asistencia con las acciones rusas en otras esferas. En cuestiones que abarcan desde las tropas rusas en el Báltico hasta los motores de cohetes criogénicos, el caso Ames y los fondos de la Biblioteca Estatal Rusa de Hebraica, hemos generado o agravado disputas a través de la asistencia. De hecho, durante los últimos dos años, la relación bilateral a menudo se ha visto dominada por problemas que no habrían existido o habrían sido mucho menos difíciles sin un vínculo con la asistencia.

  1. Hemos llegado a un punto en el que se puede argumentar que el mejor servicio que nuestro programa de asistencia podría prestar ahora sería permitir que Boris Yeltsin le dijera públicamente a Estados Unidos que se llevara su dinero a la basura. Tal acción le daría al menos un respiro al asediado presidente ruso. Esto es lo que Yeltsin probablemente hará si le cortamos la ayuda por cualquiera de las innumerables razones que ahora amenazan. La drástica disminución de los niveles de asistencia en los próximos años facilitará que los rusos renuncien a nuestra ayuda, aunque con un coste real para el clima de la relación. A largo plazo, nuestras relaciones serán más sanas sin la ayuda gubernamental. A corto plazo, deberíamos considerar cómo lograr un aterrizaje suave en los aspectos de asistencia de nuestra política hacia Rusia.

XI

  1. Aunque no podemos aportar mucho bien a la economía rusa, podemos y debemos centrar nuestra atención donde nuestros intereses están directamente involucrados, en la conducta rusa fuera de sus fronteras. Afortunadamente, la descomposición de la unión soviética impide efectivamente la continuación de la rivalidad global con Estados Unidos o un desafío grave a nuestros intereses más allá de la masa terrestre eurasiática. El uso del término "la superpotencia mundial" por muchos diplomáticos para referirse a Estados Unidos refleja esta realidad. No obstante, el comportamiento ruso aún puede ser de gran importancia, para nuestro beneficio o perjuicio, mientras que algunas partes del mundo acogen la influencia rusa como contrapeso a la nuestra, como se demostró recientemente en oriente medio y en bosnia, donde una presencia rusa activa como el estado ortodoxo líder es esencial para cualquier esfuerzo de resolución de conflictos a lo largo de la línea de falla entre el cristianismo occidental y oriental.
  2. El área donde Rusia puede y ejercerá la mayor influencia, para bien o para mal, es el llamado "extranjero cercano". Este término enmascara la complejidad de la política rusa hacia los estados de su antiguo imperio, implicando un enfoque unificado y monolítico. de hecho, rusia, bajo los zares y los bolcheviques, siempre diferenciaba a sus vecinos, modificando sus políticas para adaptarlas a las circunstancias locales y continuará haciéndolo. En general, los rusos consideran a las naciones bálticas con respeto y envidia, a los bielorrusos y ucranianos con posesividad fraterna y a los centroasiáticos y caucásicos con un desprendimiento a menudo teñido de racismo. Las actitudes de los mismos estados de los "extranjeros cercanos" y su comportamiento hacia Moscú también formarán un mosaico en lugar de una imagen única.
  3. Lo que todos estos Estados tienen en común es la realidad de que Rusia siempre será la presencia externa dominante en sus vidas. El simple tamaño y la proximidad exigen un lugar de orgullo para Rusia en sus estimaciones de interés propio. Así como los Estados de África occidental miran hacia París o los países del hemisferio occidental hacia Washington, los Estados del antiguo imperio ruso consideran a Moscú con una combinación de necesidad e inquietud. Este es el destino de los Estados pequeños, como reconoció recientemente con pesimismo Eduard Shevardnadze. La mayoría de los vecinos de Rusia (no solo de la antigua Unión Soviética) se identificarían fácilmente con Porfirio Díaz, quien resumió el dilema geográfico de su propio país: "¡Pobre México! Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos".
  4. Como ocurre con todos los antiguos estados imperiales, Rusia se verá tan o más influenciada por sus antiguos súbditos como ellos por Rusia. Culturalmente, Rusia teme el aislamiento si Occidente prefiere a sus vecinos occidentales. Étnicamente, Rusia está impregnada de ciudadanos de sus antiguos súbditos. En términos económicos, Rusia depende mutuamente de estos países y realiza gran parte de sus negocios con ellos y, a través de ellos, con el resto del mundo. En términos de seguridad, a Rusia le preocupa que los conflictos en el "extranjero cercano", especialmente entre sus vecinos islámicos, pongan en peligro su propio territorio. En términos políticos, el elemento más peligroso e inestable de la población rusa es el creciente número de refugiados de origen ruso (al menos dos millones) procedentes de las cuatro repúblicas soviéticas, potencialmente un grupo de radicalismo y ultranacionalismo similar al de los francoargelinos "pied noirs" o los alemanes "volksdeutsche". En todos los aspectos, Rusia no puede ignorar a estos países e interactuará con ellos en una medida en que nosotros nunca haríamos.
  5. En la práctica, las relaciones de Rusia con sus vecinos serán tan complicadas como las de cualquier antigua potencia imperial con sus antiguos súbditos (Turquía en Oriente Medio y los Balcanes, Francia en África, Japón en el Lejano Oriente). Algunas partes del "Exterior Cercano" estarán sumidas en conflictos étnicos y de otro tipo durante años, si no generaciones. Algunas de las fronteras actuales podrían no durar mucho, ya que son producto de las políticas estalinistas de "divide y vencerás". Muchas personas que votaron por la independencia de Moscú en los referendos de finales de 1991 lo hicieron con la expectativa de que la independencia equivaldría a prosperidad. En algunos de los nuevos estados, esta expectativa ha dado paso al amargo reconocimiento de que Rusia ha hecho un mejor trabajo que la mayoría en la preservación del nivel de vida. Los acontecimientos recientes en Bielorrusia, Crimea, Ucrania oriental, Georgia y otros lugares indican una creciente inclinación a restaurar algunas de las relaciones económicas de la era soviética, con tensiones políticas resultantes en los nuevos estados independientes y agitación en sus relaciones con Rusia.
  6. La cuestión clave para la estabilidad dentro del antiguo dominio soviético es la condición y el bienestar de los veinticinco millones de rusos étnicos fuera de las fronteras de la Federación. El país clave es Ucrania, donde habita aproximadamente la mitad de ellos. A pesar de las considerables disputas que se han prolongado durante más de dos años, los gobiernos de Moscú y Kiev se han esforzado por evitar que las disputas se conviertan en conflictos y han abordado con justicia y responsabilidad cuestiones que abarcan desde las armas nucleares hasta la flota del Mar Negro y sus bases, pasando por los términos de intercambio. Sin embargo, pocos rusos empiezan siquiera a comprender la profundidad del sentimiento nacional entre los ucranianos étnicos o la hostilidad hacia Moscú en gran parte del oeste y centro de Ucrania. La arrogancia rusa hacia los "pequeños rusos" (y, en realidad, hacia los "rusos blancos") es muy similar a la actitud predominante de los checos hacia los eslovacos, con una comprensible reacción humana entre quienes la reciben. El peligro radica en que los rusos sientan compasión si Crimea y Ucrania oriental, de mayoría étnica rusa, intenten reincorporarse a la "patria rusa". Crimea y el saliente oriental de Ucrania son, con diferencia, las zonas de conflicto más peligrosas del antiguo imperio soviético, eclipsando en importancia los conflictos localizados en el Cáucaso y Asia central.
  7. La persistencia de la relativa moderación rusa de los últimos dos años hacia sus vecinos dependerá de los desafíos que Rusia enfrente por parte de ellos. La interacción no será fácil, ni se ajustará a la visión occidental estereotipada ni a un renacimiento del imperialismo ruso. Los rusos de todo el espectro político ven a sus vecinos y antiguos súbditos con perspectivas diversas, pero con una marcada falta de entusiasmo. El reciente tratado de Yeltsin con Georgia, visto por muchos en Occidente como un neoimperialismo naciente, estaba muerto al llegar a la Duma entre todas las facciones, desde Gaydar hasta Zhirinovskiy. De igual manera, no ha habido un gran apoyo a la propuesta unión monetaria con Bielorrusia ni al movimiento independiente de Crimea. ¿Por qué la precaución? todos ven los problemas y los riesgos, y quieren saber el precio. El ambiente predominante en Moscú hacia el neoimperialismo (por ahora) es un aviso a navegantes.

XII

  1. Ciertamente, no se puede esperar que los demás Estados de la antigua Unión Soviética evalúen a su colosal vecino con otra actitud que no sea la de la ansiedad, ya que todos ellos están expuestos a las tradiciones carnívoras del oso ruso. ¿Debe Rusia comportarse ahora como lo hizo en el pasado? Si consideramos inevitable el resurgimiento del imperialismo ruso, Estados Unidos se quedará prácticamente sin una política rusa creativa, ya que un imperio ruso renovado requerirá una patria rusa autoritaria y no democrática (el «imperialismo democrático» no fue un gran éxito ni siquiera para los británicos y, sin duda, supera las capacidades rusas). Nuestra estrategia se limitaría entonces a la reanudación de la contención en diferentes líneas geográficas, con la consecuente reanudación de la hostilidad mutua entre estadounidenses y rusos y una potencial renovación del equilibrio del terror termonuclear.
  2. Un curso tan desafiante de los acontecimientos no es inevitable. El siglo XX proporciona numerosas lecciones objetivas sobre la pérdida del imperio por parte de Estados acostumbrados desde hace mucho tiempo a ejercer el dominio sobre sus vecinos y territorios más lejos. De hecho, nuestra agenda externa actual está dominada por los problemas creados por la desintegración imperial (Bosnia, Somalia, Cuba, Palestina, Irak, por nombrar solo algunos), pero no por los propios antiguos estados imperiales, la mayoría de los cuales son democracias prósperas con buena disposición hacia Estados Unidos, independientemente de sus sistemas políticos anteriores. Si bien ningún Estado abandonó su ámbito externo sin remordimientos, la facilidad de la transición y el impacto político interno de la pérdida del imperio siempre se vieron críticamente influenciados por las políticas de las potencias occidentales dominantes. El ascenso del fascismo europeo fue igualmente resultado de la pérdida de imperios y/o políticas diseñadas para humillar a las antiguas metrópolis imperiales.
  3. La experiencia de nuestras relaciones con la Turquía posotomana ilustra el camino que debía tomar nuestra política hacia la Rusia postsoviética. A pesar de las persistentes dificultades en la economía turca, los graves problemas de derechos humanos y una tradición de gobierno autoritario, la Turquía moderna ha sido un gran éxito para la política exterior estadounidense de posguerra. También podemos recordar que incluso un favorito de la comunidad financiera occidental como Turgut Ozal apelaba frecuentemente a métodos estatalistas de control económico y participada en una financiación pública altamente inflacionaria. A pesar de algunas fricciones continuas entre Washington y Ankara, esta es una de las alianzas más consistentemente beneficiosas de nuestras extranjeras, con Turquía ejerciendo una influencia estabilizadora en una parte peligrosa del mundo, restringiendo las tendencias irredentistas de varios de sus vecinos y dando a los Estados Unidos un apoyo sólido cuando importaba. Tanto los rusos como los turcos rechazarían la comparación, pero los paralelismos son significativos: ambos son Estados postimperiales que abarcan Europa y Asia, cada uno con tradiciones religiosas y culturales en desacuerdo con las de Europa occidental, cada uno rechazando las reivindicaciones territoriales y religiosas/ideológicas de su predecesor, cada uno buscando la aceptación de Occidente mientras preserva su propia identidad euroasiática.
  4. Al igual que en la Turquía republicana, en la Rusia postsoviética las actitudes hacia el "extranjero cercano" tienden a tener visiones paralelas sobre la democracia y las relaciones con Occidente. Aunque pocos rusos consideran la pérdida del imperio como un bien absoluto, aquellos rusos que recuerdan la antigua Unión como una carga de Rusia tienden a ser los más favorablemente dispuestos hacia las reformas, mientras que aquellos que recuerdan el imperio como la gloria de Rusia también sienten nostalgia del sistema autoritario y del poder militar que sostuvieron el imperio. Por lo tanto, apoyar una democracia viable en Rusia es el mejor apoyo que podemos brindar a los estados vecinos, y sin duda una mejor política para Estados Unidos que intentar construir un cordón sanitario al estilo del siglo XVIII alrededor de Rusia, como algunos han defendido, compuesto por estados que no cumplen, salvo quizás los países bálticos, con los estándares que exigimos a Rusia.

XIII

  1. Inevitablemente, habrá reflejos internos de su política exterior dentro de Rusia que no nos agradarán. El principal entre estos será el uso del nacionalismo ruso por todas las facciones políticas, incluyendo a los demócratas, como fuerza unificadora en el sistema político en evolución. Con la quiebra de la estructura de poder soviética y su ideología, Rusia es una sociedad que necesita urgentemente la restauración de algún tipo de centro ético. Gran parte de la alienación de los votantes del proceso político es resultado del vacío ético en el que se desarrolla el debate político. Parte del éxito de Zhirinovskiy entre los jóvenes votantes de la clase trabajadora descontenta, residió en su disposición a violar los tabúes de la democracia y proclamar públicamente sus frustraciones. Irónicamente, Boris Yeltsin es el máximo rompedor de tabúes de la Rusia moderna y su credibilidad popular se afianzó cuando, en esa disposición y siendo miembro del Politburó del PCUS, proclamó abiertamente que el partido estaba moralmente desahuciado.
  2. El reto para Yeltsin y otros demócratas es contrarrestar el auge del negativismo destructivo en la sociedad rusa. El sustituto de la ideología será casi con toda seguridad el nacionalismo, con un fuerte vínculo con la Iglesia ortodoxa (como se mencionó anteriormente, casi ningún ruso aporta al mercado dimensiones éticas positivas). Si se vincula a la democracia constitucional y al crecimiento constante de las instituciones representativas, el nacionalismo ruso puede convertirse en una fuerza positiva, como lo son el patriotismo y el sentimiento nacional en las democracias occidentales. Divorciado de la democracia, el nacionalismo ruso se convertirá en un terror.

XIV

  1. Para que Estados Unidos esté en condiciones de fomentar la moderación y la responsabilidad en la política exterior rusa, se requerirá la correspondiente moderación de nuestra parte hacia la política interior rusa, en particular en el ámbito económico. Nos vemos obligados a elegir: ¿nuestra prioridad en Rusia es la democracia incipiente o la economía de mercado? En los años que quedan de este siglo, no podremos tener ambas. A pesar de sus raíces superficiales en Rusia, la democracia goza de un grado de aprobación pública que el mercado no posee. Por escépticos que sean respecto a sus políticos, los rusos, en su mayoría, desean que su país sea una democracia de algún tipo. En esa aspiración vaga e inicial, se encuentra la base para una asociación exitosa a largo plazo entre los dos países y para una perspectiva rusa comparativamente benigna del mundo, si ellos y nosotros no impulsamos otras reformas más rápido de lo que permiten las condiciones objetivas de Rusia. A finales del año pasado, los reformadores radicales rusos impusieron un complejo sistema electoral extranjero (el alemán) a un electorado no preparado y produjeron un desastre (predecible). Imponer un complejo sistema económico de mercado extranjero a una estructura de la era soviética sin preparación producirá (también previsiblemente) un desastre aún mayor.
  2. la clave para un papel constructivo estadounidense en el apoyo al crecimiento de la democracia rusa es el respeto mutuo. la reserva de buena voluntad que abrumó a los estadounidenses con el colapso del poder soviético aún no se ha vacío, pero se ha vuelto peligrosamente poco profundo. Parte de esa pérdida es resultado de expectativas exageradas sobre lo que Occidente y Estados Unidos harían y podrían hacer por Rusia. Parte de la pérdida, sin embargo, es producto de nuestros propios esfuerzos intrusivos, aunque bien intencionados, por definir el éxito de Rusia en términos apropiados para nuestro propio país. Si bien muy pocos rusos lamentan el fin de la Guerra Fría o desean retomar una postura adversaria hacia Estados Unidos, igualmente pocos aprecian el celo misionero o el tono superior que impregna nuestro monólogo hacia ellos.
  3. El estándar ruso de éxito y fracaso en cualquier empresa, ya sea económica, política o social, no es el mismo que el estadounidense. La experiencia nacional estadounidense, una experiencia singularmente favorecida, está dominada por el tema y la realidad del éxito, hasta el punto de que este se ha convertido en la falsa deidad de nuestra sociedad. La experiencia nacional rusa, una experiencia especialmente difícil, ha estado dominada por el dolor, el recuerdo y la expectativa de la tragedia. Para la mente rusa, nuestra obsesión por las metas y su cumplimiento es peculiar, en el mejor de los casos, y a veces ofensiva.
  4. Cabría preguntarse por qué debemos mostrar respeto por un país que se ha infligido tantos fracasos a lo largo de tantos años. Deberíamos hacerlo, primero, porque el respeto es el medio apropiado de intercambio con cualquier democracia emergente que posee treinta mil armas termonucleares. Segundo, deberíamos hacerlo porque muchos rusos, especialmente entre los jóvenes, reconocen sus fracasos y fueron vencedores sobre el régimen comunista. Finalmente, deberíamos mostrar respeto porque Rusia es su país para hacer con ello lo que les convenga, tanto más cuando no estamos preparados para respaldar nuestros consejos con dinero.

XV.

  1. Hay una tendencia creciente en esta parte del mundo a alejarse de los reformadores democráticos que destruyeron los iconos del poder soviético. en Polonia, Lituania y Bielorrusia. Hemos visto la fatiga en el impacto humano de reforma, que retrasa y potencialmente revierte importantes logros políticos. Esto está sucediendo ahora en Rusia, pero con enormes implicaciones para el mundo en general y para Estados Unidos. Si los líderes rusos, incluyendo a muchos dedicados a una reforma sistémica integral, se apartan de la presión occidental y adoptan una visión miope y hostil del mundo, parte de la culpa será nuestra. En tan solo dos años, la Rusia postsoviética ha pasado de una fe ingenua y excesivamente expectante en la sabiduría de Occidente y especialmente de Estados Unidos, a una frustración con tintes de animosidad, mientras los rusos miran más allá de sus fronteras truncadas. Si Andrey Kozyrev en 1964 suena cada vez más como Alekandr Tutskoy un año antes, no es solo porque el ministro de Asuntos Exteriores ruso esté cambiando de rumbo políticamente.
  2. Kozyrev refleja el agotamiento y la decepción de muchos jóvenes rusos occidentalistas ante los escasos resultados de sus esfuerzos por lograr la aceptación de Rusia por parte de Occidente como una democracia emergente responsable. De no lograrse esta aceptación y la adopción de las instituciones occidentales que conllevaría, los rusos (incluidos los occidentalistas) se refugiarán en el poder inherente de su país y en su capacidad para ejercer influencia más allá de sus fronteras. Plenamente conscientes de las múltiples deficiencias de Rusia, incluso los demócratas podrían llegar a compartir el amargo juicio de Pushkin sobre el estatus de Rusia: «Si no nos extendiéramos por la mitad de la tierra, ¿quién nos reconocería?».
  3. 1994 es un año peligroso. La reciente amnistía otorgada por la Duma a los opositores de Yeltsin debería recordarnos que la lucha por la democracia en Rusia aún está lejos de ser una victoria definitiva. Si Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, prefiere el papel de misionero económico al de verdadero socio, ayudaremos a los extremistas rusos a socavar la naciente democracia del país y fomentaremos una renovación de la postura adversaria de Rusia hacia el mundo exterior. Dicho sea de paso, también fracasaremos en el frente económico.

[11] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 1. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[12] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 2. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[13] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 2. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[14] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, págs. 4-5. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive  Sobre el carácter mafioso de algunos reformadores es preciso recordar la manera en que fue privatizado el tejido industrial de la Rusia soviética, así como la explotación de las materias primas. Toda esta riqueza fue entregada a un grupo muy pequeño de personas designadas en función de intereses espurios. En Occidente, la privatización se consideraba clave para garantizar el rápido desmantelamiento de la economía planificada y sustituirla por el libre mercado. A finales de 1992, Yeltsin lanzó un programa de vales gratuitos para impulsar la privatización masiva. En virtud del programa, todos los ciudadanos rusos recibieron vales con un valor nominal de 10.000 rublos. Solo con estos vales se podía proceder a la compra de acciones de las empresas estatales seleccionadas. Yeltsin promovió esta forma de privatización para difundir al máximo la propiedad de acciones de las antiguas empresas estatales y así generar apoyo político para su programa de reformas. Evidentemente, la cosa no salió así. Sin conocer su valor y sin posibilidad de darles utilidad, la gente común vendió sus vales por dinero en efectivo a quien se los compraba, así, aunque cada ciudadano recibió un vale de igual valor nominal, en cuestión de meses la mayoría de ellos convergieron en manos de quienes estaban en disposición de comprarlos al contado y de inmediato. Tres años  después, mientras Yeltsin luchaba por obtener el apoyo de la recién estrenada élite empresarial para financiar su candidatura a las elecciones presidenciales de 1996, preparó una nueva ola de privatizaciones. Ofreció acciones de las empresas estatales más valiosas de Rusia a cambio de préstamos bancarios. La nueva privatización se promovió como una forma de acelerar el proceso de reforma económica, pero en realidad se hizo para asegurar al gobierno una inyección de efectivo con la cual cubrir sus necesidades de campaña. Los acuerdos fueron en realidad una cesión a precios muy bajos de valiosos activos estatales a un pequeño grupo de magnates de las finanzas, la industria, la energía, las telecomunicaciones y los medios de comunicación. Boris Berezovsky, quien controlaba importantes participaciones en varios bancos y medios de comunicación nacionales, emergió como uno de los partidarios más destacados de Yeltsin. Junto a Berezovsky se hallaban personajes bien conocidos, como: Vagit Alekperov, Vladímir Bogdanov, Mijaíl Fridman, Mijaíl Jodorkovski, Vladímir Potanin, Aleksandr Smolenski, Viktor Vekselberg, Rem Viakhirev y, unos años más tarde, Roman Abramovich. Todos mundialmente conocidos como oligarcas de Rusia.

[15] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 15. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[16] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 17. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[17] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 18. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[18] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 20. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[19] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 21. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[20] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 22. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[21] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 23. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[22] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 24. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[23] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 25. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

[24] Merry, Wayne. «Wayne Merry. Dissent Channel Cable from American Embassy Moscow to Secretary of State, “Whose Russia is it Anyway? Toward a Policy of Benign Respect”», en: National Security Archive, George Washington University, pág. 27. Disponible en: Cable del Canal de Disidencia de Wayne Merry desde la Embajada de Estados Unidos en Moscú al Secretario de Estado: "¿De quién es Rusia? Hacia una política de respeto benigno" | National Security Archive

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